La seguridad es de esas sensaciones que la mayoría solo percibimos cuando desaparece. No le echamos cuentas hasta que se esfuma y nos deja huérfanos, indefensos y paralizados. Sin embargo, para quien ha pasado por una situación tan traumática como un campo de concentración, la sensación de seguridad nunca regresa. De eso sabe mucho Edith Eger, una de las pocas supervivientes del Holocausto que aún vive. Pasó cerca de año y medio en un campo de exterminio siendo adolescente y salió con vida, en más de una ocasión por pura casualidad. Cuando fue liberada se dio cuenta de que el mundo salía adelante y ella no. En La bailarina de Auschwitz (Planeta), Eger, que ahora tiene 87 años, cuenta que fue una utopía dejar atrás el trauma, recomponer su vida y curarse tras haber vivido en el infierno.
"La memoria es un terreno embrujado. Es el lugar en el que mi rabia, mi culpa y mi pena dan vueltas como pájaros hambrientos en busca de los mismos huesos viejos".
Edith Eger narra en primera persona su inspiradora historia de superación. Fue una de las 70 supervivientes de los más de 15.000 deportados de la ciudad húngara en la que nació en 1928. Amaba el ballet y era una promesa de la gimnasia que soñaba con ser olímpica hasta que, junto a sus padres y una de sus dos hermanas, fue detenida –la tercera hermana, que estudiaba en otra ciudad, logró escapar–. Sorprende la distancia y la emoción contenida con la que Eger describe horrores a tal escala, como la dureza de Auschwitz o su primer encuentro con el doctor Mengele, quien decidió que su madre fuese gaseada inmediatamente.
No fue su único encuentro con el sanguinario médico, al que cayó en gracia, precisamente, por sus dotes como bailarina: "Pedí a mis captores que tocaran el vals de El Danubio Azul. Estaba muy asustada. Cerré los ojos e imaginé estar bailando en la Ópera de Budapest".
Edith Eger sobrevivió a Auschwitz y a Mauthausen, pero las cicatrices emocionales que arrastraba en el momento de su liberación eran ya demasiado profundas. "Somos personas muertas y personas casi muertas. Yo no sé entre cuáles estoy", escribe. Debía recomponerse por dentro y por fuera, volver a sentirse viva: "La libertad son llagas, piojos, estómagos corroídos y ojos apáticos. Somos traumas en movimiento".
El libro está repleto de reflexiones sobre el sentimiento de culpa o el victimismo:
"Nadie puede convertirnos en víctimas excepto nosotros mismos. Nos convertimos en víctimas, no por lo que nos sucede, sino porque decidimos aferrarnos a nuestra victimización".
"Desarrollamos una mentalidad de víctima; una forma de pensar y de ser rígida, culpabilizadora, pesimista, atrapada en el pasado".
O la venganza:
En el mejor de los casos, la venganza es inútil. No puede alterar lo que nos hicieron, no puede borrar los males que hemos sufrido, no puede resucitar a los muertos. En el peor de los casos, la venganza perpetúa el ciclo del odio… La venganza no te hace libre".
Eger trató de dejar atrás Auschwitz marchándose a Estados Unidos, pero sus fantasmas viajaron con ella. Había decidido enterrar su pasado y no hablar de él, no contarle a nadie que era una víctima del Holocausto. Un día se topó con El hombre en busca de sentido, de Victor Frankl, y le cambió la vida. Otro paso decisivo fue la visita que realizó a Auschwitz: "Yo regresé a Auschwitz en busca de la sensación de muerte para poder exorcizarla por fin. Lo que me encontré fue mi verdad interior, la identidad que quería reivindicar, mi fuerza y mi inocencia".
Edith Eder se licenció en Psicología y a lo largo de su carrera profesional trató con mujeres que han sufrido abusos, padres cuyos hijos se han suicidado o militares: "El tiempo no cura. Lo que cura es lo que haces con el tiempo. Curarse es posible cuando decidimos asumir la responsabilidad, cuando decidimos correr riesgos y, por último, cuando decidimos liberarnos de la herida, dejar atrás el pasado o la pena".
La bailarina de Auschwitz es bestseller internacional. Se tradujo a 14 idiomas antes de su publicación.
Edith Eger. La bailarina de Auschwitz. Planeta, 2018. ISBN: 9788408180906. 416 páginas. 20 euros.