
Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950) domina como nadie ese género que, como él mismo escribió, "humaniza a los déspotas, / mitiga la ansiedad del vivir". Y lo hace con humildad, alejado de la pompa, vacunado contra la vanidad, destilando una sabiduría vastísima, maravillosamente pop, divertido, como jugando. Su último poemario, el estupendo Ala de cisne (Visor, 2025), está compuesto por cuarenta y dos poemas, divididos en siete bloques –su estructura interna está "marcada por el número 6, guarismo cuya simbología tiene que ver con el amor, la compasión y la estabilidad"–, escritos entre 2022 y 2024. Conversamos sobre su última criatura de celulosa en ese trasunto del Paraíso repleto de libros que posee en Don Ramón de la Cruz. "Soñar", escribe, "es estar vivo y estar muerto a la vez / en el único mundo que merece la pena: / el mundo de los mitos". Donde habita Luis Alberto.
P: Quedamos en que el amor es un invento de los griegos, ¿verdad?
R: Sí, no es una cosa natural, sino cultural. Lo inventaron los griegos líricos arcaicos. Sobre todo, Safo. Safo es la reina del amor.
P: Se dice, se cuenta, que hay quien da la vida por amor. ¿Conoce a alguien?
R: Imagino que habrá alguien…, pero no lo conozco. Además, como supuestamente ha dado la vida, no lo conozco (risas).
P: Dar la vida, entregarla, no es lo mismo que perderla…
R: No, claro. Ontológicamente, es mejor, es muy superior perder la vida entregándola tú.
P: Escribe: "Cada beso / que compartimos es, de alguna forma, / la señal del edén que nos espera".
R: Lo de los besos está muy bien. Son una especie de imagen de la consunción de que en cada beso estás perdiendo vida, se acerca la muerte, etcétera. Yo, en ese poema, defiendo lo contrario. Los besos te van preparando para el paraíso.
P: La tarea de amarse es hercúlea.
R: Hercúlea sería poco, es algo enorme. Por cierto, hace poco, en el número dedicado a los cómics del Diario de Avisos de Tenerife, un tipo estupendo, que se llama Manuel Enrique Darias, le dedicaba un artículo a los forzudos de las series. Siempre ha habido un forzudo: Goliat, Ursus en Quo Vadis… En los cómics y en las novelas de aventuras suele haber un forzudo grandote, que no suele ser el héroe, sino el amigo del héroe, que mete unas castañas…
P: Le dedica el libro a Alicia, veinticinco años después. ¿No son nada, febril la mirada?
R: Veinticinco años es mucho tiempo. Es curioso: como la vida dura tan poco, no es tanto. Me parece que fue hace un segundo, ayer, prácticamente, cuando la conocí.
P: Bendito hallazgo el de ese "amor que durará hasta el último / día de nuestras vidas, cuando empiece / la morfina a inyectar en nuestros cuerpos / el olvido final, definitivo".
R: Lo de la morfina lo he utilizado varias veces. Cuando te dicen que te van a dar morfina, la cosa va mal.
P: Escribe: "Siendo tú mi enemiga, que lo eres, / no deseo otra cosa en esta vida / que combatir y pelear contigo. / Pero los combatientes, como en Grecia, / deben luchar desnudos". ¿El amor sin deseo es una cerveza recalentada, una gaseosa sin gas?
R: Por supuesto. Ni siquiera gaseosa o cerveza: es una sustancia magmática sin menor interés, fofa, bulbosa. Y la desnudez…, es una manera muy normal de luchar en el amor. Eso está en John Donne. Yo, lo que hago, es trasladarlo al español.
P: ¿La historia de "Hubo una vez un tren" y de "Firenze, 70" es real?
R: Absolutamente. Absolutamente real. Se nota, ¿no?
P: Qué golazo se marcó su padre.
R: Mi padre es alguien muy importante para mí. Mi madre también, claro. Mi padre se marcó un gol impresionante. Hombre, mi padre tampoco era Rothschild, pero dijo: "Este chico está malo, hay que llevarlo a un sitio del mundo, donde él quiera". Elegí un sitio discreto: Florencia. Podría haber elegido Vladivostok o la costa de Japón (risas).
P: "Y muchas gracias a Florencia, / la ciudad más hermosa que mis ojos / han visto nunca, por aligerar / aquella insoportable pesadumbre / que luego, por razones que ahora omito, / se hizo aún más amarga". ¿Qué razones son esas?
R: Se murió. La mujer que me había matado…, sí, digo bien, me había matado de amor abandonándome, murió cinco meses después, en diciembre de 1970. Con diecinueve años. La asimilación de la muerte fue muy lenta. Tanto es así que, ahora…
P: Ha resurgido.
R: No ha tenido que resurgir: sigue viva en el sentido de que yo tendría diecinueve años, ahora tengo setenta y cuatro, y mira. Hay un libro, Los poemas para Rita, en los que está más o menos oculta, pero está en todos.
P: Por cierto, ¿qué libros ha vuelto a releer?
R: Homero, Shakespeare, el Cantar de los nibelungos…, mis piezas favoritas. En ellas encuentro todo lo que le pido a la literatura. He hecho listas: de 33, de 25, etcétera, de obras en las que se resume todo lo que se puede decir en literatura. Lo más hermoso, lo más profundo… La Odisea, por ejemplo. Es el primer libro de aventuras del mundo, y todos los libros de aventuras del mundo reproducen, más o menos, el esquema de la Odisea.
P: "¿Qué leían los bravos españoles", pregunta en "Libros conquistadores", "que se fueron a América a comienzos / del siglo XVI? Fácil respuesta: / leían libros de caballerías".
R: Se llevaron el Amadís de Gaula, el Amadís de Grecia… California es el nombre de una señora que aparece en Las sergas de Esplandián, que es el quinto y último libro del Amadís de Gaula.
P: ¿Y quiénes son los conquistadores de nuestros días? ¿Y qué leen?
R: Si nos planteamos la conquista en el plano amoroso, los conquistadores de nuestros días hablan poco y actúan mucho (risas). Hoy, conquistadores de los otros tampoco hay: con esto de la guerra nuclear rara, ya no se conquistan los territorios, sino que se devastan. Con eso es suficiente.
P: Y, en "Elio Antonio de Nebrija abandona Salamanca para nunca volver", dice: "Cuando reina el talento, surge siempre la envidia, / y eso es lo que ocurrió. (…) Abundan las historias que podrían contarse / parecidas". ¿Habla la voz de la experiencia?
R: Sí. En el doble sentido: hasta las personas más absolutamente buenas como yo tenemos algún momento de envidia. La envida es una cosa que está a la orden del día y que, evidentemente, cuando el éxito rodea a algunas personas que quieres, no sientes envidia; pero si no quieres a esas personas, te fastidia.
P: El feo de la RAE, ¿es ya herida cicatrizada?
R: Cicatrizó después de que Jesús Úbeda hablara con Alicia Mariño.
P: Joder.
R: Es verdad. Fue aquella conversación en que se dijo: "Luis Alberto no ha entrado en la Academia. Tengo champán".
P: Y, para acabar: ¿cómo ve el patio político?
R: (Piensa) No lo sé, chico. Unos días lo veo con optimismo; otros con menos…
P: ¿Qué sería optimismo?
R: Que se fueran los que están ahora en el Gobierno. Lo que pasa es que no lo tengo muy claro. Evito las tertulias televisivas y eludo las noticias radiofónicas sobre la política. Me parece un desastre lo que estamos viviendo. Tengo amigos que están continuamente ametrallándome con que van a seguir los mismos; esperemos que no.

