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También de Bécaud, Brel, Aznavour...

Sole Giménez recrea a Edith Piaf

La que fuera voz solista de Presuntos Implicados nació en París, donde vivió sus primeros años.  

Hay canciones que forman parte de la memoria sentimental de varias generaciones. Sobre todo en las voces de sus creadores, aunque luego las hayan recreado otras, sin superarlas ni siquiera igualarlas.

Sole Giménez (que así se anuncia ahora, como solista, quien fue la vocalista de Presuntos Implicados) ha afrontado en su más reciente grabación una selección de inolvidables melodías: La bohéme, La mala reputación, La vie en rose, Himno al amor, Las hojas muerta, Non, je ne regrette rien, Bajo el cielo de París, ¿Por qué te vas?, Ne me quitte pas... (Respetamos esos títulos, tal y como aparecen en el disco, en ambos idiomas). Quienes las estrenaron, entre los años 40 y 60 del pasado siglo, forman parte de la historia de la música popular francesa, empezando por la mítica Edith Piaf, de la que su gran amigo, el escritor Jean Cocteau, apuntó: "Es inimitable. Nunca hubo otra como ella. Ni la habrá jamás".

Y, en efecto: cuando recordamos algunos de sus grandes éxitos, ahora recreados por Sole Giménez, mantenemos ese mismo axioma. Con qué emoción entonaba Himno al amor, pensando en la pasión de su vida, el boxeador Marcel Cerdan, trágicamente desaparecido en accidente aéreo. O bien la explosión de alegría cuando arrancaba las primeras notas de La vida en rosa. Por no incidir en la firmeza con la que siempre interpretó Non, je ne regrette rien. Cuando conoció la letra, supo que era como un retrato de su vida. Porque la Piaf nunca se arrepintió nunca de nada, desde su miserable infancia y adolescencia callejera en un mísero París hasta sus años triunfales en el teatro Olympia y en otros grandes escenarios, incluidos los de Nueva York. ¡Hasta Eisenhower le pidió un día que le cantara Autumn leaves (es decir, "Las hojas muertas", en inglés). Y el patetismo, desgarro que exhibía aquella mujer menuda con su desbordante entrega, su doliente corazón, no es fácil que pueda imitarse, ni siquiera olvidándose todo mimetismo en un ejercicio de mero homenaje. Y alrededor de ella, en su día, pulularon brillantes alumnos, que después recogerían sustanciosos réditos, como le ocurrió a Yves Montand, uno de sus ardientes amantes. Hijo de emigrantes italianos, estibador en Marsella, al que Edith obligó a ensayar con un lápiz en la boca para perder el acento, logró destacar por sí mismo cuando cantó Las hojas muertas, que en principio era una composición de Jacques Prévert y Joseph Kosma destinada a la banda sonora de la película Les portes de la nuit, que iban a protagonizar Marléne Dietrich y Jean Gabín. Éstos se echaron atrás y fue Montand quien se hizo con el principal papel, aunque Las hojas muertas se incluyó al final interpretada por otro. Yves no la quitó nunca de su repertorio: era su mejor tarjeta musical.

Un caso parecido al de Gilbert Bécaud, con su Et maintenant, compositor y cantante también un poco a la sombra de Edith Piaf, con ese tema que no dejó jamás de cantar. El armenio, nacionalizado francés, Charles Aznavour fue chófer de Edith y a su lado se hizo compositor y cantante, evocando, por ejemplo, sus años de penuria, soñando con un futuro mejor, en La bohéme. Y en ese París romántico, de poetas malditos, también reinó un bigotudo aferrado siempre a una pipa entre los labios, que se llamó Georges Brassens, el inconformista de La mauvaise reputation. Sin olvidarnos, claro, de aquel belga afincado en la capital gala, Jacques Brel, autor e intérprete de una de las más maravillosas canciones de amor que uno conoce: Ne me quitte pas. Se la inspiró Suzanne Gabriello, su amante durante cinco tormentosos años de relaciones. Se quedó embarazada y él le prometió divorciarse de su legítima esposa, que vivía en Bruselas con las tres hijas del matrimonio. Brel, tenía además otra amante. Al ver que no cumplía sus promesas, Suzanne lo abandonó y quiso suicidarse. Enterado, Jacques escribió Ne me quitte pas (No me dejes). Al cabo del tiempo, admitió públicamente que era un gilipollas, un fracasado y un cobarde.

Pues, bien: con esas y algunas otras canciones de raíces francesas, Soledad Giménez (que ahora se anuncia con el apócope de su nombre, Sole) ha completado un interesante álbum, con excelente acompañamiento musical de inspiración jazzística. Hija de padres murcianos, de Yecla, que emigraron a Francia, nació en París, donde vivió su infancia y adolescencia, hasta que en 1968 regresó a dicha localidad. Fue vocalista de Presuntos Implicados durante veintitrés años, hasta 2006. Con ese grupo grabó una decena de discos. Ya como solista, acaba de publicar el cuarto, "El cielo de París". En él hace esas versiones antedichas, bien en español, bien en un perfecto francés. No todas nos parecen logradas: la de Et maintenant (¿Por qué te vas?) es poco acertada. Pero en conjunto merecen escucharse. Sole Giménez es una excelente cantante, goza de buen crédito y aporta su estilo personal. Su visión, puede que discutible, de unas canciones de oro, que hoy suenan de una manera diferente.

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