
Se llama Charly García, cumplió setenta y cuatro tacos de calendario el pasado jueves, y no exagero un ápice cuando digo que es un verdadero genio. Aquí, en la Madre Patria, le rinde –le rendimos– culto una minoría que ya la quisiera yo inmensa; en la Argentina, el fabuloso cantante porteño es un dios indiscutible. Están Maradona, Messi, Evita y Gardel, y después, un espagueti enjuto de casi dos metros con el bigote bicolor, cicatriz permanente de un vitíligo infantil.
Visité Buenos Aires hace dos años. Recorrí la Feria de San Telmo, un rastro mellizo del madrileño, y en sus infinitos puestos apenas había camisetas de Andrés Calamaro o de Fito Páez, dos artistas argentinos que sí han calado, y de qué manera, en España. Las remeras que se vendían a decenas, por no decir a centenares, eran las de Charly. Raro era el tenderete en el que no se ofertara algún objeto con el careto del autor de "No voy en tren" o con el logotipo suyo de "Say No More".
Nunca terminó de germinar la música de García en el país nuestro. Tampoco la de David Bowie: recordemos que, hace aproximadamente veinte años, durante la gira de su disco Earthling, el inglés más maravilloso de la Historia –junto a Shakespeare y los Beatles– cambió Las Ventas por la Sala Aqualung porque en Madrid no había quien le comprara una entrada. El español, en general, no encaja con los creadores raros, mercúreos, que no acaban de entender. Nuestro volksgeist todavía no ha superado a Galdós.
La música popular de la Argentina no se entiende sin García, ya sea como solista, ya sea como alma y estandarte de las bandas Sui Generis y Serú Girán. Lo comparan con Mozart y, como declaró su baterista Fernando Samalea en Página 12, "sigue dictando el camino y las normas". Sus discos Clics Modernos (1983), Piano Bar (1984) y Parte de la religión (1987) son impecables, absolutas obras maestras. Publicó su último álbum en septiembre del año pasado, La lógica del escorpión, y acaba de lanzar un dueto con Sting, con quien ha grabado una canción que responde al nombre de "In the City" y que, en realidad, es una revisión de un tema del argentino: "In the City that never Sleeps", del disco Kill Gil (2010).
Además, García es un personaje radical, extraordinario e interesantísimo. Sabina ha llegado a declarar que, a su lado, "soy la Madre Teresa, soy una monja de clausura, y esto lo digo en su honor". Ha conocido el psiquiátrico y las clínicas de desintoxicación. En 1988, durante un recital en la cancha de River, le marcó el territorio a Bruce Springsteen: "Acá, el Boss soy yo". El 3 de marzo de 2000, saltó desde el noveno piso de un hotel en Mendoza a la piscina: "Fue la primera cosa deportiva que realmente disfruté en mi vida". Del episodio brotaron dos canciones. En 2007, le dijo a Björk: "Yo tengo un oído absoluto". Como la cantante islandesa no le hizo ni puñetero caso, cogió un cuchillo y le rompió la copa de champán que esta sostenía: "Este es el sonido de un vidrio roto". El presidente Milei ha destrozado en algún mitin su éxito "Demoliendo hoteles". Los analistas no podrán entender. De nuevo, sólo Bowie le ha cantado a la muerte con semejante belleza: "Hubo un tiempo que fui hermoso / y fui libre de verdad / guardaba todos mis sueños / en castillos de cristal. / Poco a poco fui creciendo / y mis fábulas de amor / se fueron desvaneciendo / como pompas de jabón. / Te encontraré una mañana / dentro de mi habitación / y prepararás la cama para dos".
