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'María Moliner': un paso adelante en la lírica española

No hay que perderse a una impagable María José Montiel en este cerebral estreno del Teatro de la Zarzuela.

No hay que perderse a una impagable María José Montiel en este cerebral estreno del Teatro de la Zarzuela.
Ópera María Moliner | Teatro La Zarzuela

Paco Azorín, alma artística de un proyecto que ha estado acariciando durante cinco años, ha expresado en varias ocasiones su preocupación por constituir una ópera contemporánea, por otorgar madurez y actualidad a un género añejo como es el lírico -no digamos ya la zarzuela, cuyas reinvenciones se han pagado caro más de una vez-. Bien, la meta ha sido alcanzada, o al menos ha estado a punto. Si al lector/espectador le interesan los matices, siga leyendo.

María Moliner, con música de Antoni Parera Fons y libreto de Lucía Vilanova, es un encargo del Teatro de la Zarzuela y el único estreno absoluto de esta temporada. Un oportuno título, tras dos reivindicaciones como las del Juan José de Sorozábal y el doble programa de Sebastián Durón, para rescatar a la legendaria lexicógrafa y a su diccionario, de cuya publicación se cumple medio siglo. El engrose de una nueva obra en nuestro repertorio es en sí una buena y poco frecuente noticia; si además está dedicada a una figura de estas características, es todo un acontecimiento.

María Moliner, centrada en la elaboración del mencionado diccionario, tarea que ocupó a su autora durante 15 años, alberga en su estructura un acierto y a la vez un escollo: diez escenas cortas repartidas en dos actos y prologadas en cada ocasión por tres cantantes que entonan el almanaque de ese día. Esta disposición le otorga indudable ritmo -una palabra casi tabú en el terreno operístico-, pero también fragmentación: obligada a detenerse y reanudar su línea una y otra vez, la música no logra aprovechar todas las posibilidades que le otorga el género. Y es una lástima: como bien había avisado el director musical Víctor Pablo Pérez en un coloquio el día anterior, no encontramos la típica partitura de obra contemporánea arrítmica y carente de melodías -imposible de silbar, vaya-. La composición de Parera Fons es de enorme delicadeza, con variedad de estilos: arranca con un piano, casi minimalista, se acerca al ragtime o la ópera bufa e incluye pasajes realmente bellos, como la mazurca que rodea a María y su esposo en la etapa final.

Ópera María Moliner. | Teatro La Zarzuela

El cuidadoso trabajo de Víctor Pablo Pérez acompaña a una dirección escénica de Paco Azorín repleta de ideas y hallazgos que le confirman como uno de los prometedores talentos de nuestras tablas. El escenario se llena, literalmente, de palabras y de libros, y sumergen al espectador en un mundo de cultura, en una personalidad apasionada pero también lastrada por algunos fantasmas. Hay escenas impecables, como la reunión de los académicos de la RAE o el baile de los esposos mientras sus cartas son leídas en voz alta. Entre los escollos, las figurantes que ejercen de letras, o de palabras, cuyo papel se limita a rellenar el escenario y a expresar pensamientos de la protagonista, prescindibles, así como la constante proyección de vídeos, un recurso que por exceso acaba únicamente distrayendo. Otro ejemplo: el tramo final, con esa Moliner apagándose, habría ganado sin la compañía del coro.

Es una María José Montiel impagable la responsable, en gran medida, de que la obra llegue a buen puerto. En lo vocal ofrece la excelencia acostumbrada, con una gran intensidad en la primera escena que sabe conservar en todo momento, pero también brilla en la parte interpretativa: su María Moliner atrapa por su dignidad, su dedicación y su triste final, con la emocionante entrega de la mezzosoprano, a la que cuesta -irónicamente- calificar con palabras. Quizá, su más compleja creación hasta el momento. Completan el reparto José Julián Frontal como su marido Fernando, con una caracterización algo excesiva que le acerca a Groucho Marx, y mucho más convincente en el segundo acto, ya controlada la intensidad del principio; Juan Pons interpretando al sillón B de la RAE, una presencia de lujo y una intervención deslumbrante, pomposa y divertida, aunque su salida quede algo deslucida; en tercer lugar, Sandra Ferrández en un enérgico doble papel como inspectora del SEU (Sindicato de Estudios Universitarios) y la escritora Carmen Conde, un bello homenaje.

Sería ingenuo afirmar que la vida lírica española goza de buena salud, teniendo en cuenta que apenas contamos con un estreno anual. Pero también es justo reconocer la altísima calidad alcanzada siempre que las circunstancias lo permiten. María Moliner es una cita ineludible para los amantes del teatro, un justo recordatorio de una figura fundamental de nuestra cultura y un espectáculo formidable para disfrutar sin complejos.

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