
La guerra de Ucrania se encuentra totalmente enquistada en estos momentos. Casi dos años y medio después del inicio de la invasión rusa, hace tiempo que los frentes se encuentran más o menos estabilizados, que no se producen grandes movimientos. Rusia ha asentado las áreas conquistas, los militares ucranianos han perdido la iniciativa en el campo de batalla y sólo los rusos consiguen ganar algo de terreno a costa de un número de bajas altísimo.
En este contexto, la OTAN celebra durante esta semana una cumbre, esta vez en Washington (Estados Unidos), con casi todas las miradas centradas en este conflicto bélico. Se busca lograr un consenso para aprobar un gran paquete de ayuda militar a Ucrania, que pueda significar un golpe de efecto en el futuro y que algo se desequilibre en el campo de batalla. La cifra mágica se ha situado en los 40.000 millones de euros.
Ésa es la cantidad que según los cálculos de la Alianza Atlántica han desembolsado los países aliados entre 2022 y 2023 de forma anualizada y ésa es la cantidad que la organización quiere que se aprueba en esta cumbre. Un empeño personal del noruego Jens Stoltenberg, que tras diez años al frente de la OTAN será sustituido en unos meses por el holandés Mark Rutte, y que quiere dejarla como legado del final de su mandato.
El reparto de la aportación de cada país se realizará en función del PIB de cada socio, aunque algunos socios ya han puesto la cifra desde hace algunas semanas, como es el caso de España, que la cifró en 1.000 millones en su acuerdo de seguridad con Ucrania firmado a finales del pasado mes de mayo. Todo parece indicar que Estados Unidos terminará aportando un poco más de lo que le corresponde por PIB.
Más allá del dinero convertido en ayuda militar, la OTAN también quiere potenciar la logística asociada a la entrega del material. Ahora mismo, la ayuda se lleva al aeropuerto de Rzeszów o Resovia (Polonia) y, una vez allí, los ucranianos se encargan de introducirla en su propio país. El objetivo ahora es conseguir consenso para crear nuevos nodos logísticos en Polonia, Rumanía y Eslovaquia. Eso sí, siempre serían los ucranianos los encargados de introducirla en su país.
Otro de los puntos que se espera esclarecer está relacionado con la entrega de cazas F-16 a la Fuerza Aérea ucraniana. El Gobierno de Estados Unidos dio su permiso hace casi un año, pero existía el reto de adiestrar a los pilotos en el manejo de unas aeronaves modernas y diseñadas de una forma muy distinta a los viejos cazas soviéticos a los que están acostumbrados en Ucrania. Que no iban a estar en servicio hasta bien entrado 2024 era algo que ya se sabía.
En las últimas semanas han acabado algunos de los cursos de pilotaje que se realizaban en Estados Unidos y Europa, y socios de la OTAN como Países Bajos y Dinamarca han anunciado que comenzarán en breve el envío de cazas, aunque se desconoce el ritmo al que lo podrán hacer. También se desconoce las fechas con las que trabajan Noruega, Bélgica o Grecia, otros de los países que van a entregar cazas a Ucrania.
De manera paralela, todavía parece estar pendiente de resolver el entuerto logístico que estos cazas van a suponer para los ucranianos. Se les tendrá que apoyar para montar desde cero una cadena logística para poder mantener y reparar estas aeronaves –también se han estado dando curso para los mecánicos– para que puedan mantenerlos operativos.

