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Félix 'Andarín' Carvajal, y un maratón eterno

Su participación en los JJOO de San Luis de 1904 ha quedado para la leyenda. Por lo que sucedió antes, durante y después de la prueba reina.

Su participación en los JJOO de San Luis de 1904 ha quedado para la leyenda. Por lo que sucedió antes, durante y después de la prueba reina.
El atleta cubano Felix 'Andarín' Carvjal, en los Juegos Olímpicos de San Luis de 1904 | Archivo

El maratón ha sido desde siempre una de las pruebas reinas del calendario olímpico. No han sido pocos los maratonianos que se han erigido en héroes, en grandes protagonistas de los Juegos, a lo largo de todas sus ediciones desde 1896. De Dorando Pietri, y su espectacular llegada a meta, al último gran rey, Eliud Kipchoge, pasando por supuesto por Abebe Bikila o Emil Zatopek, la locomotora humana.

La de Félix Carvajal es otra de aquellas historias que engrandecen la prueba, y el mundo del atletismo en general. De cómo superar todas las adversidades para llegar a competir en una época en que el mero hecho de tomar la salida ya era una proeza. No por menos conocida, la suya no deja de ser una de las grandes historias del maratón, y de los Juegos Olímpicos.

Un camino imposible

Nacido en La Habana, Cuba, el 18 de marzo de 1875, Félix de la Caridad Carvajal y Soto creció en la más absoluta pobreza. A pesar de ello -o quizá por ello- demostró una capacidad suprema para andar y sobre todo para correr.

Ganándose la vida como buenamente podía, fue alternando o compaginando diferentes trabajos, pero todos relacionados con el movimiento físico: cartero, repartidor o, el más habitual, 'hombre anuncio'. Un oficio que consistía en llevar carteles y letreros en su cuerpo anunciando productos, y caminar el máximo posible con ellos para darle la mayor visibilidad. Un trabajo que a Félix le encantaba. No lo hacía caminando, lo hacía corriendo. Y el espacio que abarcaba era enorme. Se ganó a pulso el apodo de Andarín.

Mientras tanto, iba realizando también algunas actividades deportivas en la ciudad. Con 15 años, desafió a Mariano Bielsa, célebre atleta español que se encontraba de gira por América. Según se relata, el reto consistía en ver quién aguantaba más corriendo alrededor de un parque. A las ocho horas, Bielsa se retiró. Félix aguantó un par de horas más.

Animado por todo aquello, y por las insuflas de sus más allegados, aparece un nuevo objetivo en el horizonte. Un objetivo inmenso. Correr el maratón de los Juegos Olímpicos de San Luis de 1904.

Sólo había un problema: llegar a la cita. Era muy costoso el traslado hasta la ciudad estadounidense, y Félix no tenía apenas dinero. Rechazada la solicitud de ayuda al gobierno, decidió que si quería ir dependería exclusivamente de él. Se puso a recorrer las calles y parques de la ciudad de La Habana pidiendo ayuda económica, con una camiseta que rezaba "Coopere con un atleta que quiere participar en las Olimpiada de Saint Louis".

Lo cierto es que consiguió el dinero. Al menos, el suficiente para viajar en barco hasta Nueva Orleans. Ahí, se quedó sin blanca. No queda claro si es que los fondos ya no daban para más o, como se apunta en diferentes informaciones, lo malgastó en la ciudad del Big Easy. Sea como fuere, San Luis quedaba a unos 1000 kilómetros. Y había que llegar como fuera. ¿Cómo lo iba a hacer Félix Andarín Carvajal? Pues andando...

Una locura, sí. Pero nada podría apartarle de su anhelo de competir en los Juegos Olímpicos. Fueron 10 días de caminar sin detenerse. Prácticamente sin comer, más allá de alguna familia generosa que le ofreciera un plato o de los pedazos de fruta que podía robar en los campos por los que transitaba. Pero llegó a San Luis, al fin y al cabo.

Lo hizo, claro, agotado y desnutrido, y con el tiempo justo para inscribirse. Ni siquiera pudo hacerse con una nueva indumentaria, así que se presentó en la salida con las mismas botas que usaba desde sus tiempos de cartero, pantalón largo y manga larga. La ropa con la que había andado aquellos 1000 kilómetros. Alguien le cortó las mangas, si quiera para disimular un poco, mientras todos le miraban con desdén.

Las malditas manzanas

A las 14h del 30 de agosto de 1904 se daba la salida del tercer maratón olímpico. 32 corredores formaban parte, todos ellos estadounidenses y británicos, algún griego, y nuestro protagonista, Félix Carvajal. Su apariencia física hacía prever a sus rivales que apenas podría aguantar los primeros kilómetros. Pero desde el inicio se puso en cabeza. Avanzaban la carrera, y seguía en cabeza. De cada vez con mayor distancia respecto a sus perseguidores.

Con más de la mitad del recorrido completado Félix continuaba líder destacado. En ese momento sintió una repentina -y lógica- necesidad: comer. Después de tantos días sin prácticamente hacerlo, y después de tamaño esfuerzo, necesitaba ingerir algo. Vio un manzano en un huerto, y no se lo pensó. Alcanzó un par de manzanas, se las comió, y retomó la carrera. Por supuesto, en primer lugar.

Pero a pesar de la necesidad, no fue aquella una buena idea. A los pocos kilómetros comenzó a sentir un fuerte dolor de estómago. Seguramente, por culpa de esas manzanas. Quizá porque estaban en mal estado. Quizá porque le sentaron mal dada su exhausta situación. Se detuvo a vomitar. Continuó, pero a los pocos metros tuvo que parar de nuevo. Esta vez, por una fuerte diarrea. Así, hasta en tres ocasiones más.

Los corredores le fueron alcanzando y superando. Cuando, con mucho sufrimiento, logró cruzar la línea de meta, lo hizo en quinto lugar. Entre lágrimas. Porque a pesar del indudable mérito por haberlo logrado -sólo 14 de los 32 participantes lo hicieron-, Félix pensaba, sabía, que podría haber ganado aquella carrera.

Horas después supo que había sido cuarto. Fred Lordz, el vencedor de la prueba, fue descalificado al saberse que había hecho buena parte del recorrido dentro del automóvil de su entrenador. Félix había quedado a un paso del podio…

Andando el mundo

A pesar del disgusto, Félix Carvajal comprendió en San Luis que su fama de andarín no era inmerecida. Incluso, que podría mirar de ganarse algo de dinero con ello. Así que se quedó durante varios meses en Estados Unidos compitiendo en carreras y espectáculos circenses demostrando su increíble capacidad de resistencia.

Al regresar a La Habana lo hizo con una maleta cargada de trofeos, algunas monedas, y un nuevo gran reto deportivo: acudir a los Juegos Olímpicos de Atenas que iban a celebrarse en 1906. Con lo que había recaudado en Estados Unidos, más nuevamente la colaboración ciudadana cubana, consiguió el pasaje hacia la capital griega. Pero con la mala fortuna de que el viaje -recordemos, hablamos de 1906- se demoró más de lo esperado. Cuando llegó, la carrera de maratón ya se había disputado.

En cualquier caso, Félix Carvajal aprovechó su viaje a Europa para participar en pruebas de larga distancia en España, Francia o Italia. Gozaría de cierto prestigio en la prensa europea, ganando varias de aquellas carreras. Y regresó a Cuba con fama y medallas, pero igual de pobre que se había marchado. El dinero obtenido apenas le sirvió para sobrevivir y adquirir los billetes de vuelta a casa.

A su regreso la situación no mejoró. Con el reconocimiento popular pero no el político, no recibió ninguna ayuda. Continuó con su humilde trabajo de cartero, corriendo para ganar cuatro monedas que le permitieran alimentarse, y disputando alguna que otra exhibición. Como aquella que realizó en 1928, con los 50 años ya rebasados, en los que corrió durante seis días y seis noches sin detenerse. O en 1930, cuando recorrió los 1.139 kilómetros que separan Pinar del Río hasta Santiago de Cuba. Al llegar, dijo que no estaba cansado, y tomó el camino de vuelta a casa: otros 1.139 quilómetros, claro. 2300 en total.

Su vida, sus peripecias, sin duda, dejaron un gran legado en el pueblo cubano. "Ese corre más que Andarín", dicen todavía en el país cuando alguien destaca en el atletismo de fondo. Pero no le reportó prácticamente nada económicamente. Así que Félix Carvajal terminó sus días como los había vivido siempre: en la pobreza. Fallecería el 27 de enero de 1949, solo y enfermo, a los 73 años de edad.

Una historia de lucha, de tesón incansable, se marchaba con él. La increíble aventura que tuvo que vivir para lograr participar en unos Juegos Olímpicos. En una maratón. En una carrera que, quién sabe, le podría haber catapultado hacia los anales de la historia deportiva. Convertirlo en una leyenda del atletismo mundial. Quién sabe si de no haber sido por aquellas malditas manzanas…

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