Menú

NBA

Simplemente, Kobe Bryant

La mamba negra apura los últimos sorbos de una carrera marcada por el éxito deportivo, social y económico, pero que tuvo algunos puntos críticos.

La mamba negra apura los últimos sorbos de una carrera marcada por el éxito deportivo, social y económico, pero que tuvo algunos puntos críticos.
Kobe Bryant, leyenda viva del baloncesto | Cordon Press

12 de abril de 2013, recta final de la temporada regular en la NBA. Los Angeles Lakers, seguramente favoritos al anillo al inicio de la campaña, tras la pomposa incorporación de Dwight Howard, sazonada con veteranos como Steve Nash o Antawn Jamison, continúan su remontada en busca de una de las últimas posiciones que den acceso al playoff en la Conferencia Oeste. El fiasco de los dos cursos previos, con el oro y púrpura desplomándose ante Dallas Mavericks (0-4) y Oklahoma City Thunder (4-1) respectivamente, llevó a la gerencia californiana a dar un golpe de efecto con la llegada de Howard y Nash, a sumar a los Kobe Bryant o Pau Gasol. Sin duda, los Lakers volvían a aparecer en todas las quinielas como los principales aspirantes al título. Pero cuando disputan su 80º partido de la temporada ante unos Golden State Warriors que empiezan a erigirse como uno de los mejores equipos del oeste, y a dejar ver el fantástico futuro que les espera, en el Staples Center se vive un ambiente casi de final, pues una derrota complicaría de forma importantísima la participación del laureado equipo angelino en las eliminatorias por el título. Los problemas físicos de Nash, la pobre adaptación de Dwight Howard, o la desubicación de un Gasol alejado del aro por Mike Brown para que DH12 ocupara toda la zona (situación que no mejoró en demasía para el catalán con la llegada de Mike D´Antoni), llevan a los Lakers a una situación poco menos que increíble.

El desarrollo del partido muestra al equipo local aguantando a duras penas las embestidas del irreverente Stephen Curry, ya por encima de los 30 puntos al descanso. Poco después de arrancar la segunda parte, Kobe Bryant lanza un ataque al aro rival rebasando a Harrison Barnes por línea de fondo, siendo detenido en falta por la ayuda de Festus Ezeli. En la caída, la mamba negra se duele de la rodilla izquierda, durante unos segundos que se hacen eternos en el Staples Center. Una vez más, como tantas otras en su carrera, traga saliva, esquiva el dolor, y continúa jugando y liderando al equipo de su vida. Pocos minutos más tarde, vuelve a desbordar por la derecha, otra vez con Barnes y Ezeli en las inmediaciones. Tras un velocísimo reverso para dejar atrás la oposición del pívot de los de la Bahía de Oakland, de nuevo el aterrizaje sobre el parqué resulta forzoso. Bryant vuelve a cojear, con ostensibles signos de dolor, focalizando el daño a la altura de su tobillo derecho ahora. Más saliva, nueva elevación del umbral del dolor, puños apretados. A seguir jugando. Los Warriors están 7 arriba y los playoffs, en peligro.

El partido no espera a nadie, Curry tampoco, y Kobe no iba a rehusar aquel reto por otra muesca en el revólver de los dolores padecidos durante su ya larguísima carrera profesional. Fintas, suspensiones, penetraciones al límite de la extensión articular, cambios de ritmo y dirección endiablados, lo que hiciera falta por un nuevo triunfo en un partido más. Por volver a sentir el regocijo de la victoria como la primera vez. El dolor es latente, pero la adrenalina competitiva lo vuelve invisible. O casi, qué más da. A cinco minutos del final, los Warriors vencen por 101-107. Ahí llegan dos triples salvadores de Bryant, el segundo de ellos lejanísimo y bien defendido por Barnes, que ponen patas arriba el Staples. "¡La mamba pareciéndose a la mamba!", se escucha en la retransmisión del partido, entre los rugidos de la grada. Una vez más, el éxtasis está a punto de llegar. El mejor jugador de minutos decisivos (clutch player) del siglo XXI, lo va a volver a hacer, todo el mundo lo sabe. Quedan 3 minutos y Kobe vuelve a recibir la pelota, los Lakers le generan de nuevo un aclarado, y ahora desborda a Barnes por la izquierda, saliendo ipso facto tres rivales a cerrarle el camino, olvidándose de sus respectivos pares. Es ahí cuando la historia del baloncesto empieza a cambiar: Bryant cae al suelo y de inmediato se echa la mano a su tendón de Aquiles del pie izquierdo. Los gestos iniciales de dolor son menos ostentosos que en las dos acciones previas, y la atmósfera del momento no es dramática en origen. Gasol le tiende la mano, Bryant se levanta, y el Staples Center ruge, aún enfervorizado por los dos triples previos: todo parece en su lugar, por más que, de camino al tiempo muerto que ha pedido D´Antoni, la estrella local se marche de nuevo cojeando.

Kobe Bryant se duele de su tendón de Aquiles

Tras el parón, Kobe marcha de camino al 4`60. De nuevo, tragar saliva, tras volver a lucir una resistencia al dolor inusual para un ser humano, tras volver a abrazarse a su baloncesto. El primer tiro libre ya está dentro, pero la cara de Bryant refleja que, definitivamente, él ya es consciente de que algo no va bien. Aún saca los arrestos necesarios para anotar el segundo tiro e igualar el choque a 109, pero no puede ni moverse. La pequeña extensión demandada a su tendón para el lanzamiento desde la personal ha terminado por mostrar lo inevitable: Kobe Bean Bryant acaba de sufrir la más grave lesión que un jugador de baloncesto puede padecer, por lo que pide a Gasol que pare de inmediato el juego con una falta sobre Curry, y se marcha al banquillo derrotado, incapaz de acabar el partido, ovacionado por los fans que le adoran, pero cariacontecidos como él mismo. El primero, cómo no, Jack Nicholson desde la primera fila. Todos saben en ese momento que la situación es grave. Con 34 años, una de las más prolíficas carreras de la historia de la NBA, parece correr peligro. Los Lakers terminan por ganar el partido, a rebufo de la remontada propiciada por su heroico capitán, y se acercan a la certificación de que acabarán entre los ocho primeros del oeste. Paradójicamente, pocos minutos después, su temporada se derrumba: Bryant confirma a los medios la gravedad de su lesión, en lo que es el principio del fin de la temporada angelina. En efecto, en primera ronda, los Spurs barren a a unos Lakers sin su gran referente por 4-0.

Hornet por unos días. O no

26 de junio de 1996. "Con el número 13 del draft de la NBA de 1996, los Charlotte Hornets eligen a Kobe Bryant, del Instituto Lower Merion, en Pensilvania". Con estas palabras, David Stern, comisionado de la NBA, confirma la elección de un jovencísimo jugador de instituto, menor de edad y representado a efectos legales por sus padres, por parte de los Hornets, que tras traspasar al inicio de la temporada a Alonzo Mourning a los Heat, se habían quedado en ese curso previo fuera de los playoffs, de forma algo decepcionante. Sin embargo, cuando el poderoso abogado neoyorquino pronuncia esa frase, prácticamente todas las partes implicadas en el juego ya saben que no es más que un formalismo, pues los Hornets, necesitados de un pívot tras la baja de Mourning, han alcanzado un acuerdo con Los Angeles Lakers para traspasar a su primera elección del draft a cambio de Vlade Divac. Una jugada redonda para todos, pues la franquicia de Carolina del Norte consigue al interior que anhela, ya que con Glenn Rice tiene bien cubierta la anotación exterior. Por su parte, los californianos arriesgan apostando por Bryant a cambio de un valor seguro en la liga como Divac, pero la jugada esconde un movimiento que posteriormente tendrá un efecto decisivo en la NBA del siguiente lustro: con el espacio salarial liberado al adquirir a Bryant, los Lakers consiguen el margen suficiente para lanzarse al mercado a por Shaquille O´Neal, el pívot más dominante del momento junto a un Hakeem Olajuwon que cuenta ya con 33 años.

Pero como toda operación exitosa, aquella también necesitaba de unos condicionantes. El primero, claro, que el adolescente Bryant cayera hasta el puesto 13 del draft. El talentosísimo Allen Iverson fue la primera elección, seguida del intimidador Marcus Camby o ese derroche de clase que fue Shareef Abdur-Rahim. Tras ellos, Stephon Marbury, Ray Allen o Antoine Walker, jugadores que hoy día permanecen en el imaginario colectivo de cualquiera. Pero no se puede decir lo mismo de los seleccionados a partir de la séptima posición, cuando empezó a pesar la histórica necesidad de centímetros y kilos de músculo en las elecciones de Clippers, Mavericks, Pacers, Warriors y Cavaliers. A saber, el fallecido Lorenzen Wright, un pívot defensivo y correcto como Erick Dampier, y tres suplentes a duras penas en la NBA: Samaki Walker, Vitaly Potapenko, y un Todd Fuller que incluso acabó jugando en la LEB en España. Entre medias, sólo un exterior, escogido por los Nets, Kerry Kittles, con una carrera notable en la competición estadounidense. Así que cuando se alcanzó ese puesto 13, Bryant seguía disponible, algo casi milagroso visto con la perspectiva del tiempo. El histórico Jerry West, entonces Mánager General de los Lakers, y su segundo, Mitch Kupchak, se frotaban las manos, pues uno de los movimientos estratégicos más decisivos de la NBA moderna, terminaba por coger forma, asegurando el regreso de la franquicia al primerísimo nivel, si Bryant cuajaba como su ojo clínico le había indicado en los entrenamientos privados que el joven de Filadelfia había llevado a cabo ese verano, como cualquier otro aspirante a dar el salto al profesionalismo. Se dice que Bryant llevó a cabo un 1x1 con una institución de los Lakers, Michael Cooper, miembro de aquel Showtime liderado por Magic Johnson, tras el cual `Coop´ le dijo a West que aquel mozo era mejor jugador que cualquiera de la entonces plantilla lacustre.

Cumplida la primera condición, y con el acuerdo bajo el brazo, los Hornets no faltaron a su palabra, y seleccionaron al joven de 17 años del Instituto Lower Merion. Era el momento de convencer a Vlade Divac de que le tocaba hacer las maletas, algo que al serbio no le sentaría nada bien. Apenas dos días más tarde, su agente, Marc Fleisher, dejaba claro que el pívot no se marcharía a los Hornets: "no tiene ninguna intención de ir allí o a ningún sitio. Se retirará". Abandonar los Lakers, California, y la vida en Los Angeles, donde su esposa intentaba hacerse un nombre en Hollywood no parecía del agrado del enorme pívot nacido en Prijepolje, todavía Yugoslavia entonces. Los Hornets, Charlotte, y Carolina del Norte, no terminaban de cuajar en la mente del serbio. Sin embargo, el trabajo de Bob Blass y Dave Cowens, Mánager General y entrenador de la franquicia, terminaría por dar sus resultados, y el 1 de julio el europeo aceptaba las condiciones, cerrándose un acuerdo histórico y del que ambos, a priori, saldrían beneficiados. Charlotte, de inmediato, pues pasó de 41 triunfos a 54, erigiéndose en el 4º mejor equipo del Este en la 96-97. Los Lakers, sin duda, a medio y largo plazo, pues tras la salida de Divac terminaron por cerrar la llegada de O´Neal, y en las temporadas 1999/2000, 2000/01, y 2001/02, alcanzaron un histórico threepeat en el clímax de la carrera de Shaq y con Bryant ya consagrado como una estrella de la liga y erigido en el perfecto escudero del devastador pívot formado en Louisiana State.

Shaquille O´Neal y Kobe Bryant, pareja letal en los Lakers

Aquella negociación no pudo ser más productiva para la franquicia angelina. No sólo por los evidentes réditos que le generó, sino por lo que supuso en cuanto al aprendizaje de su nuevo valor. El propio jugador ha reconocido que, tras ser elegido por los Hornets, en su primera charla con Dave Cowens, el entrenador le dejó claro que no entraba en sus planes, obviamente conociendo el acuerdo cerrado entre su equipo y los Lakers, aunque probablemente infravalorando el ingente potencial que aquel adolescente desarrollaría con los años. Su necesidad por rearmar la pintura le hacía desinteresarse por un escolta, sencillamente. Algo que no sentó nada bien a la mamba negra, que recuerda aquellas palabras como parte de la forja de su carácter letal sobre la cancha: "rápidamente pasé de ser un niño sonriente a alguien con instinto asesino". Aun pactado, aun con los Lakers como premio, el rechazo supuso uno de los primeros aldabonazos a la meteórica carrera de Bryant.

El peor momento

En el verano de 2003, la carrera del escolta de los Lakers ya estaba sobradamente consolidada como una de las grandes de la liga. Un año antes había llegado el tercer título consecutivo de los angelinos, arrasando en la final a los Nets (4-0), tras unas memorables finales de conferencia frente a los recordados Sacramento Kings (3-4), que confirmaban una dinastía que no parecía tener pinta de finalizar. O´Neal era sin discusión el jugador más dominante del momento, inabarcable, sencillamente imparable. A su lado, el crecimiento de Bryant como el mejor escolta del mundo era ya una evidencia. Sólo un problema de celos entre ambos o alguna situación física o extradeportiva podía dar al traste con un dominio casi tiránico de la competición. Precisamente, el físico no acompaño en la 2002-03, y tras la baja inicial de O´ Neal, convaleciente de una intervención en el dedo gordo del pie, los Lakers arrancaron la temporada con un horrible balance de 11 victorias y 19 derrotas, y la posterior remontada sólo les permitió alcanzar el quinto puesto del Oeste. Aún eliminaron a los Timberwolves en la primera ronda de los playoffs (2-4), pero los San Antonio Spurs fueron demasiado enemigo para la semifinal de conferencia (4-2).

Bryant, además, concluyó la temporada con molestias en la rodilla, por lo que se desplazó al Estado de Colorado para someterse a una pequeña intervención por parte del prestigioso especialista Richard Steadman, galeno por cuyas manos han pasado algunos de los más célebres deportistas del planeta en las dos últimas décadas. La intervención se fechó para el 2 de julio, aunque la incipiente estrella de la NBA se alojó desde el 30 de junio en el lujoso Lodge & Spa at Cordillera en la localidad de Edwards, sitio de paso y hospedaje habitual para esquiadores y aventureros varios que se dirigen a las montañas de Colorado.

Tan sólo unas horas antes de la intervención, la noche del día 1, Bryant, casado con Vanesa Laine y con una hija nacida unos meses antes, mantuvo una relación sexual en su habitación con una joven de 19 años, empleada del hotel, que denunció que se había tratado de una violación. A partir de ese momento, la prácticamente impoluta reputación de Bryant, canibalesco en la pista, pero modélico hasta entonces fuera de ella (un buen tío, o `nice guy´, decían de él), podía irse al traste. No ya sólo por su imagen como jugador de baloncesto. La persona estaba por encima, y de confirmarse la acusación, no era improbable que el de Filadelfia pasara el resto de sus días en prisión. Esa ley no escrita que se cuenta a los novatos en la NBA ("acuérdate de que las mujeres son gratis pero los niños cuestan dinero"), volvía a tomar sentido. Tras el caso O.J. Simpson, el proceso judicial contra Bryant se convirtió en el más seguido en los Estados Unidos. Lo que realmente pasó en aquella habitación quedará para siempre en el recuerdo del jugador y la trabajadora del hotel. Ambos se cruzaron acusaciones contrapuestas, desde el sexo consentido y el posterior arrepentimiento por no usar preservativo, hasta el acto forzado bajo presión con incluso resultado de magulladuras varias.

A partir de ahí, el proceso lógicamente se eternizó, tratando de llegar en profundidad a cada una de las esquirlas de tan peliagudo asunto. El 18 de julio, tras ser formalmente acusado (ya había pagado una sanción de 25.000 dólares), Bryant ofrecía una rueda de prensa junto a su mujer, declarándose culpable del "pecado de adulterio" pero no del "delito de violación", entre lágrimas, asido a la mano de su esposa. A partir de ese momento, y durante más de un año, se sucedieron las comparecencias de ambos ante el juez, en un caso televisado para buena parte de la nación. Los testimonios progresivamente se fueron modulando desde las encontradas posturas iniciales, tanto por parte del acusado como de la victima, que reconoció que algunas de sus acusaciones en la mañana posterior a los hechos no habían sido exactamente como ella las había manifestado inicialmente.

El 1 de septiembre de 2004, el juez Terry Ruckriegle retiraba los cargos penales contra Kobe Bryant, que debería así sólo afrontar la demanda civil interpuesta en agosto de ese mismo año, ya sin pena de prisión, y a través de la cual ambas partes terminaron por llegar a un acuerdo que incluyó una declaración pública del jugador, en la que se recogía su disculpa por su comportamiento en la noche de autos, las consecuencias posteriores y "el dolor que tuvo que superar" la víctima. Aunque mantenía su posición de que lo ocurrido había sido consentido por ambos reconoció "que ella no había visto esta situación de la misma forma que yo".

Un caso cerrado pues de forma un tanto sui géneris, en el que uno y otra destensaron sus encontradas posturas iniciales para alcanzar un final lo más apropiado posible (la trabajadora del hotel admitió haber mantenido relaciones en esas horas con otro hombre, del que se encontraron muestras biológicas en el test de violación). En todo caso, y pese a salir de aquel purgatorio de una forma mucho mejor de lo que llegó a temer para su carrera y su propia vida, Kobe Bryant dejó atrás el "nice guy" para convertirse en uno de los malos de película oficiales de la NBA. Ese es el punto de inflexión que empieza a marcar la metamorfosis del nuevo Kobe Bryant.

Bryant abandona la sala 1 del juzgado de Eagle, Colorado, el 25 de marzo de 2004

En lo personal, su matrimonio con Vanessa Laine (o Bryant, su apellido de casada según la legislación estadounidense), pareció salir fortalecido de aquella circunstancia. Curiosamente, ambos se divorciarían en diciembre de 2011, aunque se reconciliarían en enero de 2013. Una situación poco o nada inhabitual en el colectivo de jugadores NBA, por pura estadística. Poco antes del affaire Byrant, Sports Illustrated llegó a la conclusión de que existían en la liga tantas demandas de paternidad contra sus estrellas como para afirmar que en ese colectivo laboral existen tantos hijos ilegítimos como jugadores.

El legado

¿Cuál es le legado de Kobe Bryant al baloncesto? Más allá de sus cinco anillos de campeón, ser el tercer mejor anotador de todos los tiempos, haber jugado 17 All Stars, formado parte del mejor quinteto de la liga en 15 ocasiones, o del mejor equipo defensor en 12. ¿Es acaso Bryant el mejor jugador de su generación pese a `sólo´ haber sido MVP de la temporada regular en 2008, y de la final en 2009 y 2010? ¿Es el mejor jugador de la historia de Los Angeles Lakers, el club por el que pasaron Magic Johnson, Kareem Abdul-Jabbar, Shaquille O´Neal, Jerry West, Wilt Chamberlain o George Mikan? ¿Es el mejor imitador que haya existido de Michael Jordan, o ha sido incluso mejor que él? O visto desde un punto de vista negativo, ¿Es un chupón preocupado por sus números por encima de todo?¿Es un tipo egoísta capaz de hipotecar el futuro de los Lakers por una multimillonaria renovación que complicó la reconstrucción tras la era de Phil Jackson y la salida de Gasol? ¿Es el enemigo público número uno, o el mayor ídolo de la NBA moderna?

Efectivamente, la mamba negra puede ser todo eso, a un extremo y al otro. El tipo que nunca dejó ni dejará indiferente a nadie. El animal competitivo hasta el extremo. El ser capaz de decir tras su gravísima lesión del tendón de Aquiles aquello de "si me ves luchando con un oso, reza por el oso. Siempre me ha encantado esa frase. Esa es la mentalidad mamba. No paramos, no nos encogemos, no salimos corriendo. Sobrevivimos y nos superamos". El tipo odioso para sus rivales, pero necesario para engrandecer el baloncesto, al que un aficionado de los Celtics escribió una carta tras conocer su retirada, de la que algunos párrafos ya han quedado en la memoria del aficionado medio a la canasta:

"Así que cuando llegues al Garden el mes que viene, espero que la gente te lleve al infierno. Espero que te abucheen más enfáticamente de lo que lo hicimos en las peleas por el campeonato. Espero que falles cada tiro libre. Espero que nunca te olvides de que se siente al estar rodeado de 17.000 fans gritando que sangran verde y darían cualquier cosa para verte fallar por última vez".

"Espero que ganemos a los Lakers, una vez más. Y cuando te saquen del quinteto en el último cuarto cuando mis Celtics vayan arriba por 20 puntos… creo que entonces algo hermoso sucederá".

"Cada persona en el Garden detendrá sus abucheos. Nos levantaremos para mostrar respeto de la forma más ruidosa, con la ovación más apasionado que alguna vez hayas presenciado. Vamos a cantar tu nombre. Vamos a limpiar nuestros ojos. Realizaremos nuestra agridulce despedida".

Un partido que, por cierto, los decrépitos Lakers de la 2015/16 terminaron por ganar en el feudo de sus archienemigos, el 30 de diciembre, diciendo adiós al año, con este Kobe venido a menos a sus 37 años anotando 15 puntos y cazando 11 rebotes, pero asestando un triple definitivo en la yugular del rival cargado de simbolismo, a poco más de un minuto del final. Agradeciendo el recibimiento, emocionado por los aplausos, pero el mismo asesino en la cancha, letal hasta el último día pese a la merma física por la edad y las lesiones. Simplemente, Kobe Bryant, el motivo por el que Niké lanzó esa campaña que tan bien le define: `Hot handed, cold blooded´. El tipo de la mano más caliente y la sangre más fría del mundo. El clutch player del siglo XXI. El hombre que ha conseguido que todas y cada una de las canchas de la liga le rindan pleitesía en su último partido en ellas, antes de volver a temerle por última vez. Sin duda, alguien como nace uno entre varios millones. Ese es Kobe Bryant, el enemigo necesario, el tipo malo al que adorar.

Kobe Bryant se despide ovacionado del público de Boston, el eterno rival de los Lakers

Kobe Bryant se las ha tenido tiesas con media NBA. Jugadores que han usado todo tipo de artimañas para desquiciarle, desde Bruce Bowen a Raja Bell, pasando por Tony Allen o Matt Barnes, entrenadores superados por su riqueza técnica inigualable, y aficionados, claro, pero todos ellos rinden hoy devoción a alguien de quien Kevin Durant dijo que se le "había tratado como una mierda" por parte de los medios de comunicación, o del que el mismísimo LeBron James, con la misma fama de egoísta que Kobe, se reconoció imitador ("quería ser como él") a la par que ferviente admirador: "siempre hemos competido uno contra el otro y siempre hemos tratado de destronarnos. Pero siempre hemos tenido respeto mutuo porque sabíamos cuánto ponemos en el juego". El alma sobre la cancha, la vida en el parqué. El corazón en el baloncesto. LeBron, y Kobe, del que el de Akron dijo ni más ni menos que "obviamente no habrá jamás alguien como él. Jamás". Ahí es nada. Quizá Kobe, a ojos de sus semejantes, no fue sólo un imitador de Michael Jordan, ¿Verdad?

Su sangre fría va más allá de una campaña de marketing. Canastas ganadoras se cuentan por decenas en su carrera, ya sean suspensiones letales, penetraciones imposibles, triples lejanísimos tras recepción, o sencillamente, escorzos inimaginables para el común de los mortales. Un repertorio técnico pocas veces visto en la historia de este deporte, acompañado de una capacidad mental devastadora, incrementada siempre en los momentos decisivos de los partidos. Donde Kobe se gustaba era ahí, llevando a su cuerpo al límite cuando el cansancio hacia mella en el rival. Sacando el recurso imposible para encontrar el único resquicio en la defensa rival. Y tirando de esa citada sangre fría sencillamente impropia de un ser humano, que tuvo su mejor ejemplo en una acción cualquiera, lejos del tramo final de un partido, pero que define perfectamente a Bryant. Fue un 7 de marzo de 2010, frente a uno de sus enemigos íntimos, Matt Barnes, ¿Cuántas personas existen sobre la tierra que ante esa acción, inesperada y cara a cara con alguien con quien se las ha tenido tiesas no flexionarían ni una pizca el cuello? Hot handed, cold blooded. Simplemente, Kobe Bryant.

Momentos

Diecinueve años en la carrera de un deportista dan para mucho, mucho más cuanto más alto sea el nivel alcanzado. Mucho más si te llamas Kobe Bryant, naciste en Filadelphia el 23 de agosto de 1978, tienes nombre de filete de carne de buey japonesa, y pasaste buena parte de tu infancia en Italia, siguiendo a tu padre, el primer ser al que viste jugar con ese balón que ha dado sentido a tu vida, bebiendo de un aprendizaje que enriqueció tu juego, al incluir en la ingente capacidad técnica y física de los estadounidenses, la riqueza táctica que da el conocimiento del juego europeo.

Así que, si eres Kobe Bryant y has vivido todo eso, has sido protagonista de alguna de las más espectaculares escenas e imágenes del deporte en las dos últimas décadas. Has hecho emocionar y sufrir, reír y llorar. Has cabreado y has hecho vibrar. Sí, si eres tú, has de saber que a los españolitos de a pié nos helaste el corazón con aquellos triples decisivos en la final de los Juegos Olímpicos de Pekín en 2008, cuando soñamos de verdad por primera vez y con argumentos con ponernos a vuestra altura y logramos que vuestro equipo pareciera en algún momento encogido, hasta que saliste tú para mandarnos al dulce paredón de la medalla de plata, con ese dedo índice mandándonos callar. Aquel día maldecimos tu odiosa sangre fría, tu maldita mano caliente, ésas sin la que los últimos 20 años de nuestra vida no habrían tenido nada que ver.

Bryant, verdugo de España en los JJOO de 2008

Porque claro, si eres Kobe Bryant, sabrás que tu relación con España ha tenidos tiras y aflojas, mucho más allá de lo que significó que nos robaras el sueño de una noche de Pekín. Formaste parte de esa peculiar `Unidad de enemigos públicos´ encabezada por Nate McMillan y que integraban todos aquellos que osaran restar un ápice de protagonismo o minutos en cancha a un jugador nacido por estos lares. Lo hiciste cuando se te acusó de restar a Pau Gasol de un protagonismo sin el que él siempre se movió como pez en el agua, en una ayuda externa que él jamás reclamó. Tu hermano, como le llamabas ante la prensa cuando hablabas sobre él, se adaptó de maravilla a jugar a tu lado, demostrando una vez más que su cerebro privilegiado para el baloncesto supo sacar partido de una situación en la que algunos te veían como el enemigo, valiente tontería.

Es difícil encontrar alguien que se haya movido como Kobe Bean Bryant en una zona mixta. Con ese sensacional concepto del espectáculo tan inherente a los Lakers y a Los Angeles, la mamba negra ha sido siempre tan astuta en la cancha como ante los micrófonos. Siempre quiso dar a los medios la declaración necesaria en el momento preciso, y mejoró como el vino en este aspecto, con los años. Quizá su gran lunar fue en su relación con Shaquille O´Neal, progresivamente deteriorada para desdicha del aficionado laker, con un Kobe joven, irreverente, y demasiado sincero, que con el paso del tiempo no dudó en reconocer su error: "cuando dices algo en el momento, en realidad quieres decirlo, y luego, cuando te haces mayor y tienes más perspectiva piensas, vaya mierda. Yo fui un idiota cuando dije esas cosas. Fui un niño".

El Kobe maduro fue siempre un maestro en lo referente a enviar el mensaje oportuno. Si hacía falta pasearse por el Palau Sant Jordi tras el amistoso previo a los Juegos de Londres y ser el último en irse tras hablar en inglés, italiano y chapurrear ese castellano macarrónico para regocijo de la prensa local, ahí estaba él. Si había que hacer una declaración para focalizar la atención sobre uno mismo, el primer paso era de Bryant, capitán con mando en plaza tras dos décadas de los Lakers. Si había que pedir que la franquicia renovase a Gasol, se cuidaba muy mucho de en qué micrófono lo decía y de hacerlo, por supuesto, en castellano, el mismo idioma que en alguna ocasión usó sobre el parqué para entenderse con el de Sant Boi y evitar que los rivales se adelantaran a su táctica en la siguiente jugada. Ahí, claro, se volvió a hacer amigo de los denunciantes de la `Unidad de enemigos públicos´, en un permanente sube y baja en función de los intereses patrios, y comerciales. El propio Bryant salió ante la prensa minutos después de que su tendón de Aquiles se fuera al garete, en el peor momento de su carrera. Algo inimaginable en España.

Primero con el 8, después con el 24, Kobe Bryant ha sido uno de los anotadores más letales de la historia, capaz de aniquilar con 81 puntos a los Toronto Raptors un 22 de enero de 2006 en el Staples Center. Cómo no sería aquello para que todo un Phil Jackson, con un bagaje en su mochila que pocos podrían igualar, concluyó diciendo que "ha sido digno de ver, he visto muchos partidos en mi vida, pero ninguno como éste". Eran aquellos unos Lakers en los que Bryant y Lamar Odom podían perfectamente compartir quinteto inicial con, sálvese quien pueda, Smush Parker, Kwame Brown y Chris Mihm. Los Lakers pre-Pau Gasol, en los que se forjó el nuevo Kobe que surgió tras el threepeat y el escabroso asunto en el Estado de Colorado, atravesando una travesía del desierto hasta volver a pelear por el anillo. Pero unos Lakers que todavía se permitían, a lomos de su superestrella, alcanzar los playoffs, y poner contra las cuerdas a los todopoderosos Suns de Nash y Stoudamire, con aquel cuarto partido inolvidable en el Staples y la Mamba en modo aniquilador, forzando la prórroga primero y poniendo un 3-1 casi definitivo en la eliminatoria, que los de Arizona aún podrían voltear pese a los 50 puntos de Kobe en el 6º partido.

Tras los tres anillos, y los tiempos oscuros, con la llegada de Gasol cayeron dos títulos más, 2009 y 2010, en el clímax de su carrera. Antes, sus articulaciones comenzaban a desgastarse, y su alma también sufrió, como en aquella final de 2004, en los que unos Lakers supuestamente intocables (los de Shaq, Kobe, Malone y Payton) acabaron entrando a trompicones y siendo vapuleados por los Detroit Pistons (1-4), marcando el final de la era de Phil Jackson (la primera) y Shaquille O´Neal como referentes del oro y púrpura, y con la imagen de Kobe como villano reforzada más que nunca, con los líos judiciales aún en el primer plano. En aquellos momentos, ni O´Neal ni Jackson tuvieron problemas en ponerle a parir. Con el tiempo, los dos cambiaron de opinión, el pívot arregló sus discrepancias y recordó los tres anillos por encima de todo, y el maestro zen volvió a entrenarle, tras haber escrito que hacerlo era "imposible". Cosas veredes, querido Sancho.

En ese momento, ya se había granjeado suficientes seguidores y detractores, como para estar siempre en el primer plano. Su opulenta renovación por 48´5 millones de dólares para dos temporadas ya avanzado el ocaso de su carrera dio motivos a los segundos para sacar los sables, criticando que antepuso el interés personal al de los Lakers, algo indiscutiblemente cierto. Para los primeros, cada acción con el tendón de Aquiles reparado, con el hombro hecho fosfatina, con las rodillas de un tipo sexagenario, cada sorbo de ello, seguirá sirviendo para paladear hasta el último momento del que todavía hoy es un mito viviente. Sus palabras en su carta anunciado su despedida llegan a lo más hondo del corazón del aficionado a la canasta:

He hecho todo por ti.

Porque eso es lo que tú haces, cuando alguien te hace sentir tan vivo como tú me lo has hecho sentir a mi.

Tú diste a un niño de seis años su sueño, y yo siempre te amaré por ello

Pero no puedo amarte obsesivamente por mucho más tiempo

Esta temporada te daré todo lo que me queda dentro

Mi corazón puede soportar los golpes, mi mente puede manejar la rutina, pero mi cuerpo sabe que es la hora de decir adiós.

(…)

Te amo, siempre,

Kobe.

Tal y como su adiós llegó al corazón de los mejores. LeBron, Durant, o el mismísimo Michael Jordan en la última visita de Bryant a Charlotte, con su imagen proyectada en el videomarcador, como un Pantocrator: "soy un gran aficionado tuyo (…) todavía me gusta verte jugar y estoy feliz por ti y por todo lo que has logrado". Dios desde el cielo agradeciendo su trabajo a Dios en la tierra.

Simplemente, Kobe Bryant.

Temas

Partidos

    0
    comentarios