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El retroceso en Cataluña, una señal de alarma que Ciudadanos no puede ignorar

El 26-M evidencia también las dificultades de la implantación municipal de los de Rivera, que no ganan en ninguna ciudad grande o mediana de España.

El 26-M evidencia también las dificultades de la implantación municipal de los de Rivera, que no ganan en ninguna ciudad grande o mediana de España.
Albert Rivera e Inés Arrimadas, durante una reunión de la Ejecutiva de Ciudadanos. | EFE

Albert Rivera se viene proclamando, desde la noche de las elecciones generales el pasado 28 de abril -en la que Ciudadanos se convirtió en la tercera fuerza política de España muy cerca de la segunda, el PP- líder de la oposición. Es decir, que se ve en el peldaño inmediatamente anterior a llegar a La Moncloa, aquel en el que estuvieron, por orden de aparición, Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero, Mariano Rajoy y Pedro Sánchez.

Pero también el lugar en el que se quedaron, sin pasar de pantalla, Manuel Fraga, Antonio Hernández Mancha, Joaquín Almunia y Josep Borrell, los cuatro aspirantes que no llegaron nunca a presidir el Gobierno. Si nos fijamos en quienes sí tuvieron éxito, su llegada al poder vino cimentada primero de un importante asalto al poder municipal.

Así el PSOE en 1979, cuando se constituyeron los primeros ayuntamientos democráticos, o el PP en 1995, un año antes de la victoria de Aznar. Hay quien, como ocurrió con Podemos en 2015 y los llamados "ayuntamientos del cambio", logra poder municipal y luego se desvanece electoralmente, como ocurre ahora con los de Pablo Iglesias, pero de lo que no existe precedente es de una fuerza de Gobierno digna de tal nombre que apenas cuente a nivel local. El resultado del pasado domingo certifica esa difícil realidad para Ciudadanos, que si bien entrará casi con toda probabilidad en el Ayuntamiento de Madrid junto al PP, no tiene muchas gestas municipales de las que presumir.

La síntesis de los resultados naranjas a nivel local evidencia esta realidad: Ciudadanos no gana en ningún municipio catalán, ni grande ni pequeño, y obtiene la victoria en apenas cuatro pueblos de Madrid, incluido el más grande en el que se imponen en toda España, Paracuellos del Jarama, de 24.000 habitantes. También gana en un municipio de Tenerife de parecidas dimensiones, Tacoronte y logra la victoria igualmente, siempre en lugares más pequeños, en 32 pueblos de Burgos, 16 de Salamanca y 9 de Teruel. Baste decir que incluso Izquierda Unida puede presumir de una victoria en una capital de provincia, Zamora, algo que no puede hacer Ciudadanos.

Sangrando por la herida, el secretario de Organización naranja, Fran Hervias, publicaba un detallado tuit este jueves tratando de contrarrestar los juicios negativos sobre el resultado de Ciudadanos el pasado domingo. "Para los que llevan trece años diciendo que vamos a desaparecer" comenzaba su mensaje con un irónico emoticono, y detallaba una comparativa del voto a Ciudadanos en tres ámbitos: las elecciones autonómicas catalanas, las generales y las municipales, presumiendo en este último caso de haber aumentado exponencialmente su numero de concejales en toda España con respecto a 2015.

Es cierto que en los dos primeros casos el crecimiento es significativo desde que en 2006, contra todo pronóstico, Ciudadanos irrumpiera con tres escaños en el Parlamento de Cataluña. Lo mismo ocurre con las generales, salvo el pequeño retroceso, omitido por Hervías, de 2016, cuando se pasó de 40 a 32 escaños. Sin embargo, hay dos señales de alarma que, más allá de la propaganda de puertas hacia afuera, el cuartel general naranja no debería ignorar. En primer lugar, esa irrelevancia municipal, que es particularmente llamativa en Cataluña, y precisamente ese territorio, allí donde hace más de una década nació Ciudadanos, es el segundo y preocupante aviso para los de Rivera.

Desbandada de dirigentes y de votantes

Coincidiendo con una importante desbandada de dirigentes catalanes hacia la política nacional -Inés Arrimadas, Fernando de Páramo o José María Espejo- Ciudadanos pierde muchos votos en las cuatro provincias catalanas con respecto a las autonómicas de 2017, en las que por primera vez una fuerza no nacionalista ganó, y con respecto a las generales del 28 de abril. En 2017 se superó el millón de votos, una gesta que el propio Rivera se atrevió a vaticinar en el mitin de cierre de campaña en Nou Barris, uno de los lugares señeros del voto no nacionalista, tradicionalmente captado por el PSC.

En las generales la misma Inés Arrimadas obtuvo aproximadamente la mitad de los sufragios, 477.000, manteniendo los cuatro diputados por Barcelona obtenidos por Juan Carlos Girauta en 2015 y 2016, así como el escaño de Tarragona. Una cifra de apoyos que menguó aún más en las europeas, donde la candidatura de Luis Garicano se quedó un poco por debajo de los 300.000 votos, con el 8%, muy por debajo del 11% de las generales y, claro está, del 25% logrado en las catalanas de 2017.

A todo ello hay que sumar el estrepitoso fracaso de Manuel Valls, que apenas logra mejorar en un concejal el resultado obtenido por Carina Mejías en 2015, cuando Ciudadanos, a diferencia del pasado domingo, sí concurrió con su marca en Barcelona Ciudad.

¿Se puede crecer a la vez en Cataluña y en el resto de España?

A nadie se le escapa, y menos con estos datos presentes, que el comportamiento electoral en Cataluña es bastante distinto según la cita de la que se trate. Rivera y Arrimadas, por ejemplo, tiñeron en 2015 de naranja el célebre Cinturón Rojo de Barcelona, que apenas tres meses después, en las generales de diciembre, se volvió morado, cimentando el triunfo de la marca de Podemos en Cataluña.

En el ámbito de Barcelona capital los socialistas catalanes, aun lejos de ser lo que fueron, están recuperando terreno en algunos de sus distritos tradicionales frente a los comunes de Ada Colau, algo que no sería ajeno a los coqueteos de la alcaldesa de Barcelona con los independentistas, como señalan estos días gente de la izquierda catalana tradicional como Lluís Rabell, el que fuera candidato de Podemos en las catalanas de 2015.

Así las cosas, el sector que encabezó Jordi Cañas, hoy eurodiputado, en el Congreso de Ciudadanos celebrado en Coslada en 2017, que se resistió a abandonar la socialdemocracia como una de las señas de identidad del ideario naranja, podría volver a tratar de influir en el rumbo de un partido cuya base en Cataluña estaría menguando.

La sucesión de Arrimadas se ha resuelto de momento con una suerte de bicefalia, representada por Carlos Carrizosa, que hereda la presidencia del grupo en el Parlament pero asegura que no tiene intención de concurrir a las primarias, y por Lorena Roldán, diputada autonómica y portavoz de Ciudadanos en el Senado, quién a priori sería la candidata en unas elecciones catalanas que bien pudieran celebrarse, de nuevo de manera anticipada, este mismo año.

La gran incógnita de futuro es si Ciudadanos podrá repetir su victoria en las catalanas y, más a largo plazo, si el crecimiento en toda España y la batalla por la hegemonía del centroderecha con el PP no puede lastrar su crecimiento en Cataluña, cimentado en buena medida en el desplome del PSC de los últimos años. Una tesitura que planea sobre las mentes pensantes de la cúpula riverista y que, desde luego, no tiene fácil solución.

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