
Surcar los cielos pilotando una aeronave es el sueño de millones de niños. Mitificado incluso por algunas grandes producciones cinematográficas, ser piloto es el anhelo vital de muchos jóvenes y adultos, algo que crece exponencialmente cuando esa ambición viene acompañada de un uniforme militar y una bandera de España en el brazo. Pero no es tarea fácil, sino un camino lleno de esfuerzo, superación personal y dificultades.
Son pocos los que pueden pilotar cazas Eurofighter o F18 en la Europa del Este para proteger el espacio aéreo aliado frente a la amenaza rusa, los que pueden ser protagonistas en primera persona de un evacuación contrarreloj en una Afganistán que se descomponía para caer en manos de los talibanes o los que se juegan la vida haciendo rescates a pocos metros de agua en un océano enfervorecido. Pero este sueño puede estar al alcance de quien lo busca.
La Academia General del Aire y el Espacio (AGA), ubicada en San Javier, en Murcia, es el epicentro de la formación de los pilotos militares españoles. Su ingreso se realiza con nota de corte, como a cualquier otra carrera. No en vano, además de la formación militar, salen con un título civil. Este año 2022 ha sido de 12,788 puntos, la más alta de las Fuerzas Armadas, sólo superada, en el espectro militar, por la de oficial de la Guardia Civil, que ha sido de 13,283.
A la selección de candidatos que ya supone de por sí la nota de corte posterior a la EBAU, se unen una serie de requisitos específicos para ingresar en este centro de estudios, que se centran principalmente en pruebas físicas, aptitudes médicas y un examen de inglés. Una vez dentro, se enfrentan a 350 créditos, de los que 240 se corresponden al título de Ingeniería en Organización Industrial y 120 a materias específicas del mundo aeronáutico y militar.
La T-35 Pillán y el PC-21 Pilatus
La enseñanza en vuelo se divide en tres fases principales. La primera de ellas, que se realiza en el tercer curso del programa de enseñanza, se conoce como selectiva-elemental. La parte selectiva es clara: en 17 vuelos el piloto-alumno debe ser capaz de realizar un ‘solo’ a bordo de una avioneta T-35C Pillán, que consistente en realizar varios circuitos de despegue y aterrizaje en la base aérea de San Javier.
Todos los que son capaces de hacerlo pasan al siguiente nivel. En el caso de que algún alumno no esté muy suelto con la aeronave realizará su decimoséptimo vuelo con un profesor probador. De no seguir con la pericia mínima, haría su decimoctavo vuelo junto con el jefe de la escuela elemental. No habría en ningún caso un decimonoveno vuelo, si no realiza lo exigido queda excluido, según explica el teniente coronel Joaquín Aguirre, jefe de Estudios de la AGA.
Si se supera esta fase, continúa su preparación hasta sumar un total de 48 horas de vuelo –incluyendo las horas necesarias para la prueba selectiva del ´solo´– en las que se le forma en la mejora de sus habilidades en el manejo de la aeronave, con maniobras de vuelo (algunas de ellas, acrobáticas), formaciones y en otros conceptos básicos.
Si no la supera, puede elegir entre ir por la rama de Defensa del Control Aeroespacial, "una opción por la que opta la gran mayoría que no quiere o no ha podido ser piloto", dice el teniente coronel Aguirre, y que incluye las ramas de controlador de intercepción (controlador aéreo), protección de la fuerza (zapadores paracaidistas) y mando y control. O por la opción de Ciberdefensa, "por la que optan una minoría de los alumnos", añade.
La segunda fase de la formación, denominada básica, que tiene lugar en el cuarto curso lectivo, se realiza a bordo de los nuevos PC-21 Pilatus, que sustituyen a los míticos cazas C-101 y que ya solo prestan servicio en la Patrulla Águila. Tendrán que completar un total de 110 horas de vuelo con este avión, a los que se añaden otras 50 horas con simuladores, donde se practican las situaciones de emergencia que no es seguro practicar con el avión.
Esta segunda fase también requiere de unas exigencias mínimas que deben cumplir todos los alumnos-pilotos del curso. En el caso de no superarla, tiene la opción de continuar con su formación con las mismas opciones que si hubieran sido descartados en la fase inicial, más la posibilidad extra de prepararse para pilotar aviones no tripulados, que en el caso del Ejército del Aire y el Espacio, son MQ-9 Predator B.
Tercera fase para formar un piloto
Tras aprobar los mínimos exigidos, llega uno de los momentos clave con la llegada al tercer grado de formación en vuelo. En función de su posición en el escalafón que se hace con las notas de vuelo, deberán elegir entre las tres modalidades de vuelo establecidas en el Ejército del Aire y el Espacio. Cada uno de estos cursos se realiza ya fuera de la Academia General del Aire.
Los que optan por Caza y ataque, para pilotar en un futuro F-18 o Eurofighter, parten hacia la base de Talavera la Real (Badajoz), donde empiezan su adiestramiento específico con cazas F-5 Northop. Los que optan por la Escuela de Helicópteros, van a la base de Armilla, en Granada, donde inician su adiestramiento a los mandos de un EC-120 Colibrí, y donde también se llevan a cabo otros cursos como el de Instrumental de helicópteros o Mecánico de helicópteros.
Los alumnos-pilotos que se decantan por el Transporte Aéreo, realizan su formación específica en la base aérea de Matacán, en Salamanca, donde inician su formación a los mandos de un C-235, donde coinciden con los alumnos de la AGA que se han decantado por pilotar los sistemas MQ-9 Predator B.
Falta de pilotos en el Ejército del Aire
La permanencia de los pilotos es uno de los grandes problemas a los que se enfrenta el Ejército del Aire y el Espacio, pues son muchos los que terminan siendo tentados por los altos sueldos que les ofertan desde aerolíneas privadas, empresas de instructores aéreos del Golfo Pérsico o multinacionales como Amazon –ésta última también ha provocado algún pequeño estrago en la Armada fichando oficiales en los últimos años–.
En febrero 2019, según datos hechos públicos entonces por el propio Jefe del Estado Mayor del Aire (JEMA), general del Aire Francisco Javier Salto, durante un desayuno de trabajo con los medios de comunicación, dijo que en ese momento el Ejército del Aire y el Espacio disponía únicamente de 450 pilotos, cuando lo razonable serían unos 500 pilotos y lo óptimo era estar en torno a los 580 pilotos.
Año y medio más tarde, en noviembre de 2020, en una entrevista en la Revista Española de Defensa, del propio Ministerio de Defensa, Salto cifró en 397 el número de pilotos que había abandonado esta arma de las Fuerzas Armadas en los últimos 13 años para ir al sector privado. También dio datos de lo que había sucedido en 2019 con datos cerrados: en la AGA se habían graduado 30 pilotos, ocho habían vuelto de su excedencia para irse al sector privado, pero eran 47 los que habían dejado las FAS.
El Ejército del Aire y del Espacio lleva años tratando de estudiar fórmulas para evitar la huida de talento formado con dinero público y muy necesario para las FAS al sector privado. De momento, el único freno que existe es que los pilotos una vez formados están obligados a permanecer 12 años en las Fuerzas Armadas antes de poder tomar una excedencia para irse al sector privado, pero la sangría continúa.

