Después del varapalo de las municipales y autonómicas del 28 de mayo, una de las preocupaciones de los estrategas de la Moncloa fue revertir la deteriorada imagen que Pedro Sánchez tenía para una mayoría de ciudadanos. Se achacó a ello la pérdida de una grandísima parte del poder territorial socialista en ayuntamientos y comunidades autónomas.
El adelanto electoral lo planteó Sánchez como un plebiscito sobre su figura, culpando a los medios de la derecha de la imagen que se había transmitido de él, descrito como un líder autoritario, prepotente, arrogante, soberbio, frío, narcisista y sin ningún tipo de escrúpulos que, además, era abucheado cada vez que ponía un pie en la calle. El expresidente Zapatero y varios ministros se llevaban las manos a la cabeza por la deshumanización que se había realizado de la persona de Pedro Sánchez, considerando cualquier crítica un ataque personal al presidente, y no a sus actos.
Para revertir esa imagen, Pedro Sánchez se embarcó, con más o menos fortuna, en un maratón por medios antes vetados, intentando dar una imagen de sí mismo cercana y simpática. Así fue su intervención en el podcast La Pija y la Quinqui o El Intermedio de Wyoming, donde le pusieron el apodo de Bizcochito. Si de esos dos compromisos salió bastante bien parado en cuanto a mejora de su imagen, en otras ocasiones, como en El Hormiguero, no fue capaz de ocultar su arrogancia y soberbia, acosando a Pablo Motos, que no consiguió romper la dinámica creada por la actitud prepotente de Sánchez. También ocurrió en el debate cara a cara con Núñez Feijóo, donde volvimos a ver a un Sánchez que, acostumbrado a ser el acosador, fue incapaz de hacer frente a los argumentos del líder del PP, dando una imagen de alguien que pierde el control en cuanto se le hace frente.
La noche electoral
Pero nada más pasar las elecciones, ha vuelto a emerger el genuino Pedro Sánchez. Desde la misma noche electoral, en la que salió al andamio de Ferraz y, micrófono en mano, no tuvo un gesto de cortesía elemental en cualquier democracia —que es reconocer el triunfo en las elecciones al que las ha ganado, siguiendo así la estela de Donald Trump— hasta su viaje privado a Marruecos, pasando por la carta de respuesta a Núñez Feijóo y el vídeo del pasado lunes, Sánchez vuelve a comportarse con rasgos más propios de un autócrata, como si su forma de proceder se hubiese visto reforzada por los resultados del 23-J. Todo esto parece augurar una legislatura bronca y con nulo diálogo con la oposición.
La noche electoral Sánchez, acompañado de su mujer Begoña Gómez, de una exultante María Jesús Montero y de Santos Cerdán, salió al andamio de Ferraz a celebrar su dulce derrota mientras en la calle se oían gritos de "no pasarán". En su discurso, Sánchez celebró eufórico que "el bloque involucionista del PP y Vox" había "salido derrotado". "Somos muchos más los que queremos que España avance y así seguirá siendo", añadió situándose como ganador de unas elecciones y líder de un heterogéneo grupo de partidos a los que les une su rechazo al PP y a Vox. Ni una palabra para el ganador de las elecciones, un desprecio que no porque haya sido habitual en el PSOE, deja de ser condenable, y que dice mucho de la personalidad narcisista del presidente en funciones. Despreciando al PP (y a Vox) desprecia también a sus votantes, que suman más de 11 millones de votos y a los que parece dispueseto a ignorar si repite en la Moncloa.
La respuesta a Feijóo
El segundo hito en esta vuelta al verdadero Sánchez se produjo el pasado domingo, cuando el líder del PP le envió una carta abierta en la que solicitaba al presidente en funciones el inicio de un diálogo con el ganador de las elecciones.
Unas horas después, y por la misma vía de la carta abierta, respondía Pedro Sánchez utilizando un tono condescendiente, chulesco y lleno de reproches. En redes sociales, la izquierda celebraba la respuesta del presidente del Gobierno. Mientras que Vox y cuentas próximas al partido de Santiago Abascal también se mofaban de Feijóo por dejarse humillar, como si la mala educación, la chulería y la prepotencia de Sánchez pudiese ser achacada al líder del PP. Cuando alguien intenta humillar a alguien, es el que humilla el que queda mal, y no al revés. En ese intento de humillar hay también un objetivo no declarado de desmoralizar al votante del PP.
Por lo demás, la carta es en sí misma una perfecta radiografía de lo que una gran parte de la población entiende por sanchismo: una forma de gobernar prepotente y que desprecia al adversario político. Por segunda vez, el presidente en funciones evita felicitar públicamente al PP, ganador de las elecciones.
El vídeo enlatado
Al día siguiente, lunes, Pedro Sánchez publicó en redes sociales un vídeo grabado en Ferraz con el mismo objetivo de su discurso de la noche electoral y la carta de respuesta a Feijóo: asentar en el imaginario colectivo que el ganador de las elecciones ha sido él y desmoralizar a la derecha. Fue su primera comparecencia tras perder un escaño en Madrid por el recuento exterior, algo que complica la aritmética parlamentaria a los socialistas.
Bronceado y muy sonriente, aseguraba en el vídeo que está "convencido de que existe una amplia mayoría social para seguir avanzando" y que "toca ahora traducir esa mayoría social en una mayoría parlamentaria en el Congreso de los Diputados".
Pese a que durante la campaña electoral sólo le faltó acudir a Radio María, el lunes Sánchez prefirió no hacer una comparecencia pública con opción de preguntas de los periodistas, y optó por el vídeo enlatado. Nada nuevo en su forma de proceder durante toda la legislatura, salvo el paréntesis de la campaña.
Y, por tercera vez en una semana, obvió públicamente la victoria del Partido Popular y, con ello, no teniendo en cuenta nuevamente a la mitad de los españoles. El desprecio de Sánchez a las formas democráticas es algo que se ha ido acentuado con el paso de los años, y del proceder de estas dos semanas posteriores al 23-J se deduce que no tiene ninguna intención de rectificar.
Vacaciones privadas en Marruecos
El último episodio de esta vuelta al genuino Sánchez es su viaje privado a Marruecos con su mujer e hijas, algo que ha irritado a todos los partidos, desde el PP a Sumar pasando por Vox y Coalición Canaria.
Posteriormente se han sumado a las críticas Podemos y el Frente Polisario.
De todos los destinos que podría haber elegido, ha escogido precisamente Marruecos, cuando cualquier tema que tenga que ver con nuestro vecino del sur es especialmente sensible, más aún desde el escándalo, sin aclarar, del espionaje de Pegasus y el giro en su política hacia el Sáhara. Parece claro que irse de vacaciones a Marruecos puede ser visto como una provocación, pues todavía no se sabe a qué se debió su giro con el Sáhara y qué ocurrió con el episodio de espionaje a su móvil y el de su mujer Begoña Gómez. Cuando se trata de Marruecos, es muy difícil soslayar la connotación política del viaje, por muy privado que se quiera considerar.
Pedro Sánchez piensa, igual con razón, que los resultados del 23-J avalan su forma de gobernar, no sólo en el fondo sino también en la forma. Por ello vuelve a actuar de forma arrogante y prepotente, con un estilo más propio de regímenes autoritarios que democráticos. No parece que Sánchez vaya a modificar su forma de ejercer el poder mientras a él le funcione y consiga su objetivo: permanecer en Moncloa, cueste lo que cueste.