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La trampa del Gobierno a Feijóo estaba al final: "Queremos ganar la negociación, no el relato"

Mientras el PP filtraba el estado de las negociaciones, el Gobierno guardaba silencio

Mientras el PP filtraba el estado de las negociaciones, el Gobierno guardaba silencio
Pedro Sánchez y Feijóo en una de sus reuniones. | Flickr/CC/La Moncloa - Gobierno de España

Decía el militar chino Sun Tzu que "el arte de la guerra es someter al enemigo sin luchar". Su tratado de estrategia militar, escrito en el siglo X a.C, es en la actualidad un libro que se lee con fruición en las escuelas de negocios y que está en la mesilla de algún que otro político. Puede que Félix Bolaños, amante de la lectura como reconoce en privado, siga sus consejos.

Esta es la historia de cómo el Gobierno sometió a Feijóo sin necesidad de luchar. Desde que comenzaron las negociaciones entre el ministro de Presidencia y Esteban González Pons, las versiones que daban ambos equipos eran diferentes. El hermetismo gubernamental contrastaba con la locuacidad del PP. "No comentamos las negociaciones", decían como un muro infranqueable. "Preguntadle al PP que lo cuenta todo", esbozaban con alguna sonrisa.

En el Gobierno tenían una máxima: "Queremos ganar una negociación, no un relato". Es lo que decían cuando se filtraban algunos nombres para el CGPJ. La sensación que tenían es que el PP estaba más preocupado en tratar de vender que sus exigencias tenían éxito, como el veto a Rosell, que lo que sucedería al final de las negociaciones. A esas alturas, el Gobierno ya le estaba colando al ex fiscal general, Cándido Conde Pumpido, como presidente del Constitucional.

La semana que lo cambió todo

Según la Moncloa "el acuerdo estaba listo" para ser firmado esta semana. En el PP también decían que era cuestión de días pero, en ese momento, el Gobierno empieza a filtrar a su diario de cabecera, El País, la reforma del delito de sedición. No era algo nuevo. Según los negociadores próximos al independentismo, "hay un intercambio de documentos desde hace 3 años, cuando Carmen Calvo era vicepresidenta".

La reforma la dejó lista el exministro de Justicia, Juan Carlos Campo, y el Gobierno la había dejado guardada en un cajón. Hasta ahora. En la Moncloa aseguraban que querían separar la negociación presupuestaria de la reforma del Código Penal pero, a la vez, no dudaba en filtrar que la modificación del delito de sedición será la siguiente parada.

Su manida frase de "cuando tengamos una mayoría que, a día de hoy, no la hay", era desmentida por sus socios. "Los números dan", afirmaban los separatistas y Podemos. En privado, los socialistas justificaban esa frase porque, según aseguraban, ERC prefería abolir el delito de sedición antes que reformarlo, pero los de Gabriel Rufián esta semana daban muestras inequívocas de respaldar un cambio para reducir las penas.

La modificación ad hoc permitiría la vuelta de la número dos de ERC, Marta Rovira, fugada en Suiza. En un principio, la portavoz popular Cuca Gamarra llega a afirmar, en una entrevista en Antena 3, que hay que diferenciar las dos cosas: el CGPJ y el delito de sedición.

El día de la ruptura

A partir de ahí, la presión sobre Feijóo se redobla el jueves. Esa mañana, María Jesús Montero anuncia que traerán la reforma a "esta cámara". La noticia corre como la pólvora y abre las ediciones digitales pero el Gobierno guarda silencio. ¿Lapsus, indiscreción o un elemento para añadir más presión?

La ministra de Hacienda rehúsa aclarar su frase en el resto de réplicas de las enmiendas a la totalidad de los Presupuestos y sólo sale ante los medios a decir que se le malinterpretó, "en el fragor del debate", cuando se filtra que el PP ha pedido explicaciones. Fue una llamada de Esteban González Pons a Félix Bolaños.

El resto de la mañana en el Congreso es un desfile de los socios animando al Gobierno a traer ya la reforma del delito de sedición. "Hay una mayoría, sólo falta la voluntad", dice uno de los portavoces morados, Jaume Asens. También Rufián apoya la reforma pero pide al Gobierno discreción. Según comenta Montero a los periodistas, ella estuvo ajena a las intervenciones que se sucedían en el pasillo y a la polémica que se estaba formando fuera del hemiciclo. Pese a todo, la ministra parece tranquila.

A las pocas horas, desde Sudáfrica, Pedro Sánchez interviene para aumentar la presión al PP. "La reforma está lista y preparada", dice el presidente en una comparecencia pública con el presidente Cyril Ramaphosa. El PP sale indignado y anuncia que se sigue negociando. La tensión sigue subiendo.

Esa misma tarde, se produce una llamada entre Feijóo y Sánchez. El presidente, según aseguran en el Gobierno, invita al líder de la oposición a un encuentro el miércoles 2 y le trasmite que seguirá adelante con el delito de sedición. El presidente del PP cuelga sin que le comunique a Sánchez que va a suspender las negociaciones. En ese momento, Génova ya sabe qué sucederá: Sánchez va a armar una mayoría para reformar el delito de sedición en cuanto que pacten el CGPJ.

Cuando sí importa el relato

En ese momento, Feijóo ya estaba sometido sin necesidad de luchar. El Gobierno le había hecho una pinza para enfrentarle con sus bases y sus barones. La noticia de la ruptura coge al PSOE y al Gobierno por sorpresa. No se lo esperaban en ese momento pero el guion que escriben es el que deseaban: Feijóo "es rehén de la derecha más extrema" y "demuestra una absoluta falta de autonomía política". En privado, los socialistas hablan de la presión que ha podido ejercer Isabel Díaz Ayuso.

Los mismos adjetivos que le dedicaban a Pablo Casado. De un plumazo, los socialistas han acabado con la imagen de "negociador, moderado y con capacidad de liderazgo" del gallego. Como expresaba en privado un miembro del Gobierno horas antes de la ruptura: "Feijóo está empezando a descubrir Madrid y Madrid es muy duro. Esto no es Galicia".

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