
Lo que hasta hace ahora ha sido un conflicto de baja intensidad – lo que no implica que no tenga un importante coste en vidas – parece a punto de convertirse en una guerra a gran escala entre las milicias terroristas de Hezbolá e Israel.
Como veíamos ayer en estas mismas páginas las causas de la guerra son variadas pero las claves estratégicas son que Israel no puede permitir que una banda terrorista controle el lado opuesto de su frontera norte, le lance 9.000 cohetes y misiles en menos de un año, asesine a varias decenas de sus ciudadanos, impida el desarrollo normal de la vida en una parte del país e incluso fuerce a más de 60.000 israelíes a vivir fuera de sus hogares y convertirse en refugiados en su propio país.
No obstante, para Israel dispone de varias opciones para resolver esos problemas. Vamos a analizar las distintas posibilidades que se presentan al ejército israelí.
Escenario uno: desde el aire y con golpes sorpresa
En las últimas semanas se ha intensificado la campaña de ataques aéreos que ya no son sólo de respuesta a agresiones concretas de Hezbolá sino que han sido también preventivos, algunos a gran escala: en una sola tanda se han bombardeado miles de lugares en los que Hezbolá tenía cohetes para ser lanzados sobre Israel.
También a través de ataques aéreos se ha acelerado la eliminación de mandos relevantes de Hezbolá, como Ibrahim Muhammad Qabisi, considerado por Israel comandante de la fuerza de misiles y cohetes de la organización terrorista; o de Ibrahim Akil, jefe de operaciones de la bandas.
Además, a las misiones de la fuerza aérea se unió la pasada semana una de las acciones de inteligencia más brillantes de la historia, gracias a la cual miles de terroristas de Hezbolá han sido heridos o mutilados y, en definitiva, está fuera de combate.
Sin embargo, a pesar de que es obvio que en las últimas semanas Israel está infringiendo un daño muy importante a Hezbolá, es dudoso que una campaña de este tipo sea suficiente para lograr que la banda chií deje de cumplir la misión que le ha encomendado Irán, de hecho la misión para la que ha nacido: hostigar a Israel.
Guerra total, pero sólo hasta el Litani
La segunda opción, casi podríamos decir que la primera que está realmente sobre la mesa, es lo que entendemos como una guerra total, sobre todo con una invasión terrestre, pero que las operaciones se limiten a ocupar el espacio entre la frontera y el río Litani, expulsar a Hezbolá de la zona y asegurar, por tanto, un espacio que sirva como un colchón que deje el norte de Israel a salvo de la mayoría de los ataques de los terroristas, contando además con la Cúpula de Hierro para gestionar el resto, que necesariamente serían menos y para los que se tendría más tiempo de reaccionar.
En principio esto supondría menores costes –tanto económicos como en vidas de soldados y de civiles–, un flujo de refugiados más manejable y una situación algo más fácil de gestionar en la arena internacional, aunque esto sea de importancia relativa para Israel y sus líderes en este momento.
Sin embargo, este plan tiene un problema que en su día nos explicaba un alto oficial israelí de una forma muy sencilla: "En la guerra el enemigo también juega". Es decir, que es complicado que Hezbolá acepte sin más una situación así y buena parte de la fuerza de la organización terrorista seguiría operativa más allá de ese límite que, probablemente, no fuese sencillo de defender.
Amén de que habría que mantener una costosa ocupación –no parece que devolverle el control a la ONU sea una idea muy lógica después de su fracaso desde 2006– de forma indefinida en un territorio extenso y previsiblemente hostil.
Hasta la destrucción (casi) total de Hezbolá
La tercera opción es intentar hacer con Hezbolá lo que se está tratando de hacer con el otro proxi de Irán en el sur del país, Hamás: destruirlo por completo o, al menos, reducirlo a un grupo de escasa operatividad real que no suponga un peligro incontrolable. Por decirlo de otro modo: hacer que no sean capaces de llevar a cabo su propio 7 de octubre.
El probable que desde el punto de vista de la seguridad de Israel esta sea la opción más lógica: la lección del 7-O apunta en este sentido y ha cambiado, probablemente para siempre, la medida de lo que se entiende que es tolerable tener al otro lado de tu frontera.
Pero por supuesto, hay serios problemas para llevar a cabo el plan, el primero, el más obvio: es extremadamente difícil y, previsiblemente, tendrá un coste brutal para el propio ejército israelí.
El segundo es el nivel de destrucción que supondría en una parte muy importante del Líbano, no sólo en el sur, pues la presencia de Hezbolá se extiende por todo el país. Además, tal y como hacen sus colegas de Hamás los terroristas no tienen ningún empacho en utilizar a los civiles como escudos humanos, por lo que las bajas entre la población serían elevadísimas.
El tercero, menos probable pero no por ello despreciable, es el riego de que el conflicto escalase hasta convertirse en una guerra regional. No parece que Irán esté en disposición de participar directamente en una guerra contra Israel, los ayatolas no se atreverán a un enfrentamiento en el que se implicaría Estados Unidos y que pondría en riesgo la continuidad del régimen, pero la situación de Líbano sería muy compleja y habría que ver qué papel jugaban otros actores de la zona como Turquía o Siria, que la verdad es que tampoco parece para grandes alegrías.
Hace algo más de medio año un experto en defensa israelí nos explicaba que su país no estaba adecuadamente preparado para esta guerra que parece a punto de llegar. El resultado de esta confrontación dependerá de la medida en la que las Fuerzas de Defensa de Israel hayan logrado evolucionar y prepararse para una batalla que será muy distinta a las de Gaza e incluso muy diferente de la que lucho en este mismo terreno en 2006.
Los éxitos de inteligencia israelí en las últimas semanas abren la puerta a un cierto optimismo, pero el recuerdo de aquella Segunda Guerra del Líbano hace que haya que ser extremadamente cauteloso sobre lo que puede pasar en esta Tercera.