
Y lo digo en un tono de admiración, pues muchos, con menos motivo que ella, habrían dado la batalla por perdida y, como suele decirse, pasemos a otra cosa. Me estoy refiriendo a la señora vicepresidenta segunda de Gobierno y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz.
No me mueve tampoco el afecto que, en mi caso se enmarca en el respeto que todo ser humano merece, por el hecho de ser persona, con independencia de que ideológicamente pueda estar en las antípodas de las doctrinas a las que ella profesa fidelidad.
Pienso que, cualquier colega suyo, con la mitad de los fracasos que han cosechado sus propuestas, se habría quedado en la penumbra – muchos, con menos motivos, optaron por ello – para evitar el escarnio de tanta minusvaloración, de tantos rechazos a sus propuestas, de tantos ninguneos, de tantos aplazamientos, para acabar, tras ellos, en estrepitosos fracasos.
Mientras, en el caso de la señora Díaz, ahí sigue, no como si nada pasara, pero asumiendo el fracaso como una nueva ocasión, para que en un nuevo Consejo de Ministros, intentar de nuevo lo mismo o algo parecido, o algo inédito que la haga presente a los ojos de sus electores.
Y, hablando de esa capacidad para no amilanarse a los sinsabores de las derrotas, apenas cosechado el fracaso de reducción de la jornada laboral, ya ha lanzado una consulta pública al proyecto de real decreto que regula el registro horario.
Al parecer, y según no pocos medios, con este real decreto pretendería la señora vicepresidenta y ministra cumplir su amenaza a los empresarios de regular el registro horario, tras el fracaso de su objetivo principal de reducción de jornada laboral, al que nos hemos referido.
Pero señora Díaz, porqué amenazar a los empresarios. Sitúese desde fuera de los intereses de los grupos y comprobará que, empresarios y trabajadores están llamados a entenderse, a descubrir caminos de encuentro, pues la actividad de ambos en el proceso económico es necesariamente interdependiente y complementaria.
Para qué el empresario y su empresa, si no existen trabajadores que en ella aporten su trabajo. La evidencia del mundo en que vivimos demuestra la falta de contradicción en los objetivos perseguidos por la acción económica en una sociedad moderna. No se refugie en otra figura, que no es la del empresario privado, tan denostado, pensando que también existe el empresario público; uno y otro tienen poco en común.
Pese a todo, ya he dicho que me maravilla su coraje para caer y levantarse y, dado que no es una conducta generalizable al resto de los miembros del gobierno, o a los cargos de designación, no puedo menos de preguntarme: ¿Es coraje o lealtad al líder?
No le puedo ocultar que ha llegado a mis oídos, un runruneo que apunta a que su tesón es fruto de su extremo interés en mantener el cargo a pesar de sus cargas. Si este fuera el caso, me da la impresión, que analizado en frio, el balance será claramente perjudicial para la dignidad humana, que ni se compra ni se vende.
