Para la RAE, pródigo "Dícese de la persona que desperdicia y consume su hacienda en gastos inútiles sin medida ni razón". El término resulta familiar desde que San Lucas (Lc. 15:11-32) describiera lo que ha venido en llamarse parábola del hijo pródigo que, en síntesis, describe la escena de un padre con dos hijos, de los que el menor pidió a su padre que le diera lo que le correspondía de la herencia; tomándolo, lo dilapidó todo viviendo licenciosamente. Cuando llegó el hambre, surgió el arrepentimiento ante Dios y ante su padre, suplicando a éste que le admitiese como a un jornalero suyo. El padre celebró de todo corazón la vuelta del hijo, organizando un festín porque su hijo que estaba muerto había revivido.
Entre el hijo pródigo de San Lucas y el gobernante dilapidador del siglo XXI, hay diferencias muy notables. Ambos tienen en común que gastan más de lo que tienen, aunque con diferencias notables. En primer lugar, porque el gasto excesivo de este último, no es de su hacienda, sino de los contribuyentes.
En segundo lugar, y quizás más importante, en el hijo pródigo se produce el arrepentimiento por su conducta perniciosa, cosa que ni se vislumbra en los gobernantes dilapidadores, que, aún con las llamadas de atención públicas para que moderen el déficit presupuestario, éstos se suceden unos a otros sin enmienda previsible. De aquí que el amor de aquel padre recibiendo al hijo culpable y arrepentido, no pueda darse en los contribuyentes ofendidos, porque la enmienda no se prevé a corto plazo.
Y, vengamos a nuestra España para situar hic et nunc – aquí y ahora – el problema al que estamos aludiendo. Mi observación inicial surge de forma espontánea: ¿No será la carencia de presupuestos, habitual en los gobiernos del señor Sánchez, un punto de partida significativo para su administración irregular – hábito al déficit – de la cosa pública?
A primera vista, carecer de presupuestos, porque el Gobierno decidió no presentarlos, además de contravenir a lo dispuesto en la Constitución sobre su elaboración y presentación, supone además la imposibilidad práctica del deber de las Cortes Generales, para su examen, enmienda y aprobación (art. 134-1).
Sin Presupuesto, resulta imposible, además, controlar la ejecución del mismo – ex post –, y sus efectos en la economía nacional. Algo que trataba de evitar el plan de control del gasto plurianual de la Unión Europea, asumiendo que el gasto no se incrementaría más allá del 4,1%, cuando a estas alturas estamos ya en el entorno del 5,0%.
El recurso al déficit presupuestario se ha convertido en un mal endémico de muchos gobiernos. Hasta tal punto que, sería extraño, si acabado el año 2025, se liquidara el presupuesto español, con un déficit porcentual inferior al de 2024. Ello, pese a que la recaudación total de la Hacienda Pública, hasta el mes de julio, ha alcanzado los 182.354 millones de euros, que supone un incremento del 11.0% a la del mismo período, de 2024.
Nunca más evidente el viejo principio de la economía liberal pronosticando que, cuando el Estado gasta mucho, gasta mal

