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La doble encerrona de la precariedad: ni sueldo ni pensión

Los jóvenes españoles tienen complicado establecer carreras laborales consistentes. Y eso destroza sus posibilidades a futuro.

Los jóvenes españoles tienen complicado establecer carreras laborales consistentes. Y eso destroza sus posibilidades a futuro.
Opositores en Sevilla, el pasado fin de semana, durante unas pruebas de acceso al Servicio Andaluz de Salud. | EFE

El tema de la semana, del mes, del trimestre… es el del mercado laboral y los jóvenes. Sí, en lo que tiene que ver con el coste de las pensiones, pero no sólo. Sueldos bajos, problemas de acceso a la vivienda, falta de perspectivas o incentivos a buscarse las habichuelas en otra parte.

Aquí, Beatriz García en Libre Mercado nos recuerda que es lógico que muchos trabajadores sientan que su esfuerzo ahora no tendrá premio en el futuro; en The Objective, un dato preocupante: "La vida laboral de los españoles se estanca en 36 años y medio pese al retraso de la jubilación"; en El Economista, una de esas estadísticas que suelen pasar desapercibidas: "La mano de obra joven cae un 20% y la senior se dispara un 102% en los últimos 15 años".

La imagen que nos deparan estas fotos es muy poco prometedora: una economía envejecida, con poco atractivo (y pocas posibilidades para los que llegan).

En todos los casos, se intuye una realidad muy preocupante pero que normalmente no llega al debate público: el coste de la precariedad. Es decir, llega porque hablamos de lo que le cuesta a un chico de 25-27 años emanciparse. O porque nos centramos en su sueldo (bajo) y lo que eso implica. Pero casi siempre pasamos por alto la derivada del medio plazo. Como si todo finalizara el día en el que ese joven firme un contrato fijo que le asegure 2.200 euros al mes [Nota al margen: que pongamos este salario como ejemplo de salir del pozo es un síntoma muy claro de lo mal que está España, pero muchos chicos jóvenes sueñan con algo así].

La realidad es que lo que uno haga en los primeros años de su vida laboral determinará el conjunto de su carrera. Entre los gurús sobre empleo (no los que analizan el mercado laboral, sino los que se dirigen al trabajador concreto para darle los mejores consejos para su carrera) es casi un tópico esa idea de que no lo que consigas a los 35 ya no lo tendrás. Que no quiere decir que a esa edad esté el punto culminante de nada; más bien, la idea es que en ese momento ya tienes que estar en marcha, en la rampa de lanzamiento, pero con unos cimientos sólidos; para luego crecer desde ahí. Seguro que todos conocemos historias de gente que se ha disparado en su carrera pasados los 40, pero no es lo normal.

Una de las estadísticas poco frecuentes que más me gusta citar es ésa que dice que los españoles estamos entre los europeos (junto a italianos y griegos) que acumulamos menos años de experiencia laboral real (menos años cotizados, para que nos entendamos) antes de los 30. En parte hay un elemento cultural (esos trabajos de media jornada que tan comunes son entre los jóvenes de otros países y aquí son la excepción); y también cuentan las barreras en el mercado laboral (de las dificultades para contratar que imponemos a las empresas a la temporalidad). Pero la realidad es que mientras los holandeses, suecos o daneses llegan a los 30 con 8-10-12 años de experiencia, nosotros estamos más cerca de los 4-6 años. Y eso se nota, claro. No es sólo que empecemos más tarde, es que ese inicio tardío se va acumulando. Si a los 30 no tienes un buen puesto estable (quizás no eres jefe de nada, pero ya estás en un nivel medio-alto), a los 40 es mucho más difícil que hayas cumplido otras metas.

Pero la encerrona no termina aquí. Arrastrarás un sueldo más bajo por no haber sido capaz de consolidar tu carrera cuando debías. Esto muchos jóvenes españoles ya lo saben. Hay una segunda trampa, también relacionada con el futuro, en este caso a más largo plazo todavía.

Nos referimos, claro, a las pensiones. ¿Cuál es la evolución que están siguiendo todas las reformas aprobadas en Europa en los últimos años? Por un lado, subida de impuestos (esto ya se ha hecho en España); por el otro, endurecimiento en las condiciones de acceso (las famosas reglas paramétricas). En este último punto, España sí hizo algo (mucho y muy duro) en 2011; pero no se tocó nada, sorprendentemente, en la última reforma.

Ese endurecimiento del que hablamos se articulará de diferentes formas: ampliación del número de años para el cálculo de la base (nos iremos a toda la vida laboral con un mínimo de 40-45 años), exigencia de años cotizados para cobrar el 100%; recorte por cada año no cotizado… Como vemos, todos estarán asociados a la duración de la carrera y la estabilidad de la misma. De hecho, esto incluso les afectará incluso en la edad de jubilación: tiene toda la pinta de que lo que ya vimos en 2011 (diferente edad de retiro en función de los años cotizados) será la norma en las próximas décadas.

Por eso decimos que la precariedad del inicio también aquí se arrastrará incluso al jubilarse. Incluso aunque el trabajador consiga mejores condiciones a los 40 o 45 (algo que, como apuntamos antes, no es tan sencillo) le penalizarán los años previos.

Luego nos dicen que si hay desafección entre los jóvenes. Les pones una barrera para que no entren al mercado (legislativa y asociada al coste del despido que protege sobre todo a los que llevan ya 15-20 años por allí); y luego les castigas por no haberlo conseguido. Eso sí, luego les regalamos un bono cultural y les decimos que tienen toda la vida por delante. O nos quejamos porque quieren ser todos funcionarios. Quizás algún día deberíamos empezar a preguntarnos de dónde viene esa obsesión por la estabilidad.

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