Quizá sea lo propio, porque se ve con frecuencia, pero a los que somos ajenos a esos quehaceres, incluso a los intereses profesionales de ellos, nos resulta siempre novedoso y hasta sorprendente.
Muchos, nos pasamos la vida tratando de que discurra en el anonimato, de lo que se conoce como pasar inadvertido. Incluso, cuando por alguna circunstancia o acontecimiento personal, se nos señala y diferencia de los demás, tratamos de regatear las comparecencias y las declaraciones para evitar protagonismos.
¿Estamos equivocados? Probablemente sí, pero para la persona de a pie, es decir, esa que abarca al común de los mortales, tiene un valor incalculable disponer de sosiego, de tranquilidad para elegir, de tiempo para examinar los resultados, positivos o negativos de la elección, a fin de seguir aprendiendo para apostar por lo correcto y para evitar lo erróneo. Esa es la gran aportación que nos ofrece la experiencia: instrumento inagotable de enseñanzas para nutrir el conocimiento.
Es decir que los de a pie, no es que aspiremos a una vida vacía de contenido, al contrario, una vida rica en objetivos, pero silenciosa, que no siempre se consigue. Los objetivos podrían cifrarse en el crecimiento de los saberes, sin excepción, y en la amplitud de generosidad para ser útiles a los que nos puedan necesitar.
Parece sencillo, pero no lo es tanto, a juzgar por la escasez de los dispuestos, aunque la remuneración en especie que de ello se obtiene – hacer el bien a quien lo necesite – supera con creces cualquier remuneración monetaria o simplemente material. Apostar por lo permanente, frente a lo perecedero, tiene siempre un resultado positivo para quien lo practica.
Pensarán algunos que la práctica de que hablo conduce a una vida insulsa y sin sentido, cuando sinceramente creo que es una vida llena de aquello de lo que nunca se arrepentirán; de aquello que nunca plantea contradicción con los principios más exigentes, para bien del género humano.
Se dirá y con razón que siguiendo ese itinerario nunca triunfaría en unas elecciones políticas, pues la visibilidad – para bien o para mal – es condición indispensable para ser elegido. Es más, aun siendo para mal, siempre quedará la expectativa de que, en un plazo no demasiado largo, aquella notoriedad sea el ingrediente decisivo para el éxito.
¿Es esta presencia constante en los medios de información o, dicho de otro modo, es la notoriedad la herramienta eficaz para el éxito político-electoral? No tengo seguridad, porque nunca he estado en esas circunstancias, pero lo intuyo a juzgar por el abuso que se hace de los medios, cuando los mortales pensaríamos que sería mejor pasar desapercibidos.
Me refiero a casos en que la publicidad lo es de los fracasos en las iniciativas públicas, por rechazos de los que se supone que deberían suscribirlas para su vigencia. También, en procesos electorales, la difusión urbi et orbi, de iniciativas con resultados adversos del aspirante. Los ejemplos son evidentes y numerosos.
En fin, mi opinión sería que siempre resultará aconsejable la modestia, evitando alardes de sabiduría o poder. Presencia continua, sin decir tonterías, casi imposible.

