
"Nadie puede ir bien a trabajar a los dos días del fallecimiento de un padre, de una madre, de un hijo, de una hija, de un amigo. Nadie puede hacerlo bien. Nadie."
Con estas palabras, la vicepresidenta del Gobierno y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, anunciaba la propuesta para incrementar los permisos de fallecimiento. Si sus planes se cumplen (e intuyo que para esto sí sacarán la mayoría parlamentaria necesaria), los españoles con un empleo por cuenta ajena verán incrementarse el período de tiempo que pueden tomarse tras la muerte de un ser querido. Ahora mismo, en el Estatuto de los Trabajadores (artículo 37) está previsto un permiso (remunerado y a cargo de la empresa) de dos días en caso de cónyuge, pareja de hecho, hijos, padres, nietos, suegros o cuñados (segundo grado de consanguinidad o afinidad); que se amplía a cuatro días si es necesario un desplazamiento.
Díaz también planteó la posibilidad de crear un permiso para casos de cuidados paliativos. E incluso dejó abierta la posibilidad (no inmediata, eso es cierto) de permisos para el caso de fallecimiento de un amigo o alguien muy cercano.
La propuesta es coherente con todo lo que ha ido planteando Díaz desde que llegó al Ministerio. Desde la reducción de la jornada laboral a las mayores opciones (y mejores condiciones) para obtener una baja. Y también es coherente con su lenguaje, que contrapone el trabajo con la vida. Si uno está en la oficina es como si no viviera, así que los momentos felices (nacimientos) o tristes (enfermedades, fallecimientos) es mejor pasarlos lejos del curro.
Por aquí lo único que sorprende es el cambio en una izquierda obrera (la que se supone que representa la ministra) que durante décadas tuvo como ejemplo al pobre Alekséi Stajánov, al que la prensa soviética subió a los altares por lograr extraer de su mina una cantidad de carbón catorce veces más elevada que la media de sus compañeros.
Los sentimientos
Sobre las palabras de Díaz no hay mucho que decir. Esto de que "nadie puede ir a trabajar"… pues depende. Habrá quien pueda y quien no. A algunos puede que incluso les sirva para despejar la mente durante unas horas. También dependerá del caso, no es lo mismo que fallezca un hijo de pocos años que el abuelo de 102. Esto no quiere decir que te alegre esto último o que no sientas que se marche quien tanto tiempo estuvo por allí. Sólo quiere decir lo evidente: que no es lo mismo.
Porque, además, si entramos en el terreno de los sentimientos y de lo que se puede o no, nos metemos en una zona resbaladiza. Situaciones tristes (o alegres) hay muchas. Casi tantas como justificaciones para ir o no a trabajar. Ya hemos leído noticias en las que se planteaba la posibilidad de permisos por la muerte de una mascota: también muy coherente; puede haber gente a la que afecte más esta noticia que la muerte de un familiar al que hace mucho que no ve o que llevaba enfermo mucho tiempo.
El tema es peliagudo. De hecho, uno está escribiendo la columna y va haciendo modificaciones cada dos líneas. Y eso es lo que quieren quienes lo plantean. La idea es que siempre sobrevuele sobre tu cabeza la acusación de alguien sin entrañas, que no es capaz de entender que otro lo pasa mal y sólo piensa en el dinero.
Es mentira, claro. El sentimentalismo es el arma para colar una medida política en la que la discusión no reside en quién lo siente más, sino en quién lo paga. La CEOE o las asociaciones de autónomos (los únicos que han levantado, mínimamente, la voz esta semana) lo han expresado lo mejor que han podido, normalmente recurriendo a los costes. Porque es obvio: nadie discute que alguien quiera no trabajar unos días por las razones que sean (buenas, malas o regulares; un recién nacido, un fallecimiento o un dolor en el hombro).
Lo que se discute es quién debe pagar esto. En España, siempre recae en el mismo: la empresa. Por un lado, porque en muchas ocasiones lo sufraga directamente (en muchas de estas bajas, los primeros días o las cotizaciones o las dos cosas las soporta el empleador); y en otras, indirectamente (el empleado de baja tiene derecho a que le guarden el puesto, así que la empresa debe contratar a otro, formarlo y pagarle, sabiendo que quizás en unos días o semanas deba despedirlo).
En cualquier otro ámbito de nuestra vida, esto lo veríamos muy raro. Como trabajadores hemos asumido que es normal que las empresas nos paguen por no trabajar: de las vacaciones a las bajas. Bien está, ni siquiera voy a discutir si esto es bueno o malo. Sólo dos apuntes. El primero, esos días retribuidos en los que no hacemos nada (con razón o sin ella, ya digo que ése es otro debate) también forman parte de nuestro sueldo. Cuando comparemos los salarios en España y en Europa con los de otros países (EEUU, por ejemplo) asumamos que parte de la diferencia reside simplemente en las horas que cada uno dedicamos cada año al trabajo. A lo mejor nos gusta más el modelo europeo, pero no pensemos que no tiene consecuencias.
Y en segundo lugar, ¿admitiríamos esto en cualquier otra circunstancia? Pensemos en las personas que tenemos contratadas a nuestro alrededor: si tenemos personal doméstico por horas o la profesora de inglés del niño o el tipo que nos ayuda a mantener la casa del pueblo durante el invierno. Imaginemos que un día no viene a hacer su tarea por una circunstancia como las expuestas en este artículo. ¿Qué pensaríamos? Probablemente, que lo entendemos y que es lógico que, ya sea por una buena noticia o una mala, ese día se ausente. Pero, ¿le pagaríamos las horas no realizadas?
O el panadero de nuestro barrio, al que llevamos cuatro años seguidos comprándole un par de barras de pan cada día. Y los domingos, una bolsa de magdalenas. Si cierra una semana para ir al entierro de un familiar. ¿Le pagaríamos el pan de los días que no ha estado abierto? ¿Qué pensaríamos si nos lo pidiera? Pues nos parece evidente que nuestro jefe sí lo haga con nosotros.
Por cierto, en todos los casos citados (de la profesora de inglés, al panadero o al jefe) el que se queda sin cobrar o el que paga es el mismo: empresario o autónomo. Es decir, el que se la juega por su cuenta. Luego algunos hablan de explotación. Lo que les digo, unos enarbolan sentimientos, otros pagan la factura. En lo que sí tienen razón es en que es para echar una lagrimita.
