El título, que encabeza las líneas que siguen, es escueto en alto grado, como suele desearse en las publicaciones de los medios de información escritos. Aunque, con el fin de aliviar ese tiempo de espera, me permitiré, renunciando al requisito autoimpuesto de brevedad, exponer que el título, sin las restricciones dichas, podría ser algo como, por mucho que pase, nunca pasa nada.
Es decir, que como la historia está demostrando, los ciudadanos pueden estar asombrados por las opiniones, incluso por las actuaciones de determinados personajes. Actuaciones u opiniones, que deberían derivar en motivos de censura para general conocimiento, como desdoro de la persona implicada, de su cargo político, incluso de su profesión, en un escenario político-social correctamente definido.
Esto viene muy a propósito, precisamente en momentos en los que protagonistas de la escena social, nos abaten con advertencias continuadas de corrupción, de malversación de caudales públicos…
Para vergüenza de muchos, no es imaginable que un gobernante, que lo es por gracia de los votos que le han concedido, directa o indirectamente, utilice como herramienta – casi habitual – la mentira, el engaño, para embaucar a sus votantes al error irreparable, o convencer a ingenuos todavía alejados.
Tampoco es disculpable que, a pretexto de pleitesía, los ministros de un gobierno se pronuncien rotundamente sobre extremos reconocidos como falsos, sólo por abundar en lo anticipado por su superior jerárquico – el presidente que les nombró –. El espectáculo no puede ser más bochornoso, cuando se comprueba la literalidad de tales manifestaciones. ¿Nadie valora su propio honor y dignidad personal y profesional, mancillados por sus gratuitas manifestaciones públicas?
Los miembros de un gobierno, no todos ni todas, pero algunos que son conscientes de pertenecer a selectos cuerpos de funcionarios del Estado, se diría que no deben renunciar a ese merecido galardón, pues no sólo es un detrimento de los méritos personales, sino una ofensa para el cuerpo de la Administración al que pertenecen; los otros, sabedores de que sus cargos son simple y llanamente dativos, consideran que su posición, publicitada sin reparo alguno, es sólo el agradecimiento por los favores recibidos – sin importar nada más –.
Una ministra, a la vez que vicepresidenta, Economista del Estado – Cuerpo relevante de la Administración Pública – nunca hubiéramos imaginado que se podía prestar a coaccionar al Instituto Nacional de Estadística, según se ha publicado, para que corrigiese al alza los datos del Producto Interior Bruto, para presumir de crecimiento económico, como dato favorable a la gestión del gobierno.
¿No es una vergüenza, para los españoles que utilizamos las estadísticas europeas de EUROSTAT, cuando al entrar en los datos de empleo y desempleo/paro de España, comprobamos que no son comparables con el resto de los países de la UE porque aparecen distinguidos, con una nota a pie de página, denunciando que las definiciones remitidas para España no equivalen a las de los demás países?
Y, junto a todo esto, tampoco pasa nada cuando, en pleno caos, el ministro concernido, asegura que los ferrocarriles están en su mejor momento, sin aportar para ello, un solo testimonio de los usuarios.
¡Y se llaman gobierno!

