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Déjà vu electoral: del 11-M al 15-M

Apoyo del PSOE a los acampados en Sol en una jornada de reflexión sin garantías democráticas.

Ni ETA ni la crisis. La campaña electoral de las municipales y autonómicas ha quedado marcada a hierro por un movimiento aparentemente espontáneo que ha reventado incluso la jornada de reflexión. Y si la sentencia del Tribunal Constitucional sobre Bildu desmintió cualquier atisbo formal de separación de poderes, la toma de la Puerta del Sol ha confirmado que la legalidad es pura retórica al servicio de quienes la vulneran.

Como si se tratara de unas generales, el mismo Zapatero que hace sólo unas semanas era un muerto en el armario del PSOE se ha erigido en cartel electoral único, pese a que el plan inicial pasaba por ceñirse al guión local y autonómico, reforzar la distancia entre los barones autonómicos y el presidente y pasar la página del zapaterismo. En cuanto al PP, se ha pretendido remar a favor de las encuestas y mostrar a Rajoy "en presidente", ajeno a cualquier polémica y perfectamente mudo respecto al proceso de negociación con ETA, la sentencia del TC y la campaña de Bildu, una receta atribuida a Pedro Arriola y de la que el líder popular no se ha movido ni un milímetro. Convertida la campaña en un choque crepuscular entre un presidente accidental y el máximo aspirante a sucederle, el cemento de los mítines de Zapatero (con la cancelación de Vista Alegre como premonición) y el paseo triunfal de Rajoy ratificaban las orientaciones demoscópicas. Tal era el convencimiento general y el de Mariano Rajoy en particular, que éste llegó a bromear en los mítines con las apuestas sobre el color de la corbata con la que iría a votar lanzadas por una casa de loterías. Sólo las autonómicas de Extremadura y Castilla-La Mancha parecían aportar algo de incertidumbre al previsible tsunami.

En el entre tanto hasta el 22-M, una ley de eutanasia, la foto de un etarra con una pancarta de Bildu, la doctrina Parot, una guerra en Libia y un terremoto en Lorca con nueve víctimas mortales no habían logrado modificar un ápice la ruta predefinida de PSOE y PP.

En cambio, la irrupción del 15-M, una amalgama indefinible de grupos e intereses con el poético alias de "los indignados" ha dinamitado una campaña electoral tan caracterizada por el autismo político como por una tranquilidad insólita en el país de los cinco millones de parados. Además de la relatividad de las leyes, el 15-M aporta fantasmas del pasado y hechos probados; desde el mitin de Almodóvar a la movilización de una izquierda con muestras de complicidad sobreactuadas de Zapatero, Chacón, Rubalcaba y Cayo Lara para "los indignados". Los paralelismos ambientales entre el 13 de marzo de 2004 y estas jornadas de mayo, entre el 11-M y el 15-M son tan obvios que resulta imposible sustraerse a la sensación de déjà vu. Hasta coincide el culpable: en ambos casos, el PP, la derecha capitalista que sentó las bases de la crisis, según el diagnóstico del PSOE y los medios afines.

La notable diferencia entre el luto del 11-M y el optimismo primaveral de ahora sirve para acentuar aún más la afrenta colectiva a las víctimas, erradicadas del discurso, borradas del mapa político, sean de ETA o del 11-M, clamorosamente omitidas por el sistema de medios de comunicación.

Frente al color de la corbata de Rajoy, el efecto "#acampadasol" es ahora la apuesta más cruzada. En el PP se sostiene que tal efecto será imperceptible, que incluso podría movilizar más voto conservador, pero también se admite que las sonrisas de Zapatero y Rubalcaba podrían ser el preaviso de la remontada, ya que no es precisamente sorpresa o improvisación lo que se concluye de la actuación y declaraciones del presidente y el vicepresidente. Sea como fuere, lo que parecía una contienda electoral de calentamiento, un entreacto antes de las primarias y las generales, la constatación del cambio de ciclo es ahora mismo una partida de dados con una acampada en el kilómetro cero de España, un ensayo del fin de régimen.

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