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El patio andaluz ante el Congreso del PP

Andalucía es clave en la política actual. El PSOE intenta aguantar su bastión y el PP quiere culminar el cambio en España.

Tras la legitimidad y el gobierno obtenidos en las urnas de 1982 y 1983, elecciones andaluzas y municipales, el PSOE disfrutó de un poder casi omnímodo en el que se ha regocijado durante casi 33 años, si contamos desde sus primeros ensayos de coalición con los comunistas en Ayuntamientos y Diputaciones. Sin embargo, el patio en el que hoy sobrevive tiene poco que ver ya con aquel patio tan particular donde sólo jugaba un partido.

La victoria legítima conseguida por el PSOE en 1982 y 1983 tenía como fundamento sociológico el ansia de las clases medias y trabajadoras andaluzas por acercar su nivel de vida al de las regiones más desarrolladas de España y Europa. Se trata de pasar de analfabetismo aún doloroso a la cultura y a la ciencia, del paro, la pobreza y la emigración a una sociedad con recursos y futuro, de la dependencia de otras regiones y del Estado a la autonomía en el seno de la nación española, de la dictadura política a la libertad y el pluralismo, en definitiva, de una Andalucía enferma y retrasada a una Andalucía moderna y emprendedora.

Tres factores han contribuido al despertar de aquel sueño político.

El primero de ellos, el afán inmisericorde del PSOE andaluz por ocuparlo todo, la administración pública, la sociedad andaluza y la economía, con la finalidad de instituir un régimen unipartidista, estilo PRI mexicano, donde la oposición no tuviera oportunidades reales de alcanzar la alternancia, regla de oro de toda democracia seria.

El segundo, la innegable y a evidente carcoma ética de la corrupción política del socialismo andaluz, consecuencia de su deseo de mando autoritario, más que de gobierno democrático. No ha sido un caso ni dos ni tres. Centenares de ellos, agolpados en ayuntamientos, en diputaciones y, muy crudamente en los últimos tiempos, en la misma Junta de Andalucía.

El tercero, la comprobación empírica sistemática de que Andalucía, si bien ha mejorado sus infraestructuras y algunos servicios públicos, no cabe duda de que está en los últimos lugares de España y de Europa en casi todos los parámetros comúnmente asociados al bienestar, desde la renta familiar al PIB, desde la educación (la peor de España) al número de camas en hospitales, desde la tasa de paro al nivel de lectura o de informatización. Andalucía ha avanzado pero las demás regiones han avanzado más y, en términos relativos, Andalucía sigue a la cola de España.

A este patio, escéptico ya ante el poder salvífico de la política demagógica del PSOE, le cae ahora la granizada irreverente de la división interna socialista, del liderazgo claramente insuficiente de José Antonio Griñán y del agotamiento ideológico y estético de una oligarquía apesebrada. Dicho al revés, Andalucía tiene por fin deseos de cambio, necesidad de cambio, nuevos sueños de cambio.

Javier Arenas se va a encontrar, si finalmente consigue la mayoría absoluta, la única que le servirá para gobernar en Andalucía dada la obtusa vocación de IU, un patio muy revuelto y descuajeringado, pero un patio con muchas ganas de que se acabe el recreo y que, de verdad, se ponga todo el mundo a trabajar. El congreso nacional del PP va a conferirle los santos óleos de la unidad, de la confianza y del respeto de todo el partido. Los andaluces sentirán sobre ellos la atracción de Javier Arenas como una elección segura en tiempo de tribulación.

Javier Arenas y el PP de Andalucía, un partido sufrido, que ha soportado acosos y descalificaciones miserables durante 30 años por parte de una izquierda asilvestrada y decepcionante sin el más mínimo gesto antidemocrático o de rencor, son hoy la esperanza del cambio. Sobre todo, del cambio de destino. Ni la Restauración, ni la Dictadura de Primo, ni la República, ni el franquismo, ni siquiera el socialismo de Suresnes, han sido capaces de convertir a Andalucía en la gran y rica región del Sur de España que debe ser si apuesta por la sociedad abierta compuesta por personas libres, por la competencia individual y regional, por el respeto a la ética civil democrática y por la igualdad de oportunidades efectiva en un marco de seguridad y solidaridad básicas.

No va a ser fácil. Pero el PP es el único partido que puede hacerlo. ¿Se atreverá?

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