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EL REVIVAL DE JERÓNIMO SAAVEDRA, por Víctor Gago

(Libertad Digital - Víctor Gago) Vuelven los 70. Jerónimo Saavedra los cumple con revival de trono. En una reciente entrevista para La Provincia , repantingado en un sillón de orejas, el ex –ex ministro, ex presidente de Canarias, ex profesor– se aferra a Fraga, todo un "ejemplo" de cómo gobernar a los 70, dice. Los 70 de Fraga han dado mucho juego. Cuando todavía era candidato a la Xunta y no sabían cómo derrotarle en las urnas, lo llamaron decrépito de todas las maneras posibles. Pero los 70 nunca han sido tan cool como cuando Saavedra se sienta en su sillón Voltaire, como el exagerado Martín Romaña de Bryce. Quiere volver, sentado en un butacón de orejas. Ya están aseándole, a falta de algo más potable que presentar en el siglo XXI a la alcaldía de Las Palmas de Gran Canaria, la octava ciudad española. Con el actual portavoz municipal –el senador y magistrado por el cuarto turno Arcadio Díaz– no cuentan. Demasiado pedáneo para el glamour con el que le gusta reinar a la izquierda divina.
 
A los 70, tienes todo el pasado por delante para aprender. Pero Saavedra sigue creyendo que perdió la Presidencia autonómica en 1991 por la falta de cultura y de posibles de "sectores muy populares" que "votaron masivamente a fuerzas conservadoras".
 
Lo de siempre: quienes no votan a la izquierda, o son catetos, o son pobres, o son "hijos de puta", como los llamó Maruja Torres después de las Elecciones autonómicas del año del chapapote. ¿Y por qué no "pobres", "catetos" e "hijos de puta" a la vez, y vamos adelantando?
 
Tom Wolfe explicó este síndrome elitista de la izquierda en un hilarante artículo tras las reelección de Bush. Un picapleitos de Boston, un burócrata de Washington DC o un acomodado creativo de Tribeka creen que todo el país vive y piensa como ellos. No les cabe en la cabeza que el populacho les tenga cogida la matrícula de su doble moral y les dé la espalda por vivir de forma opuesta a como piensan, por predicar la solidaridad y practicar la codicia, pregonar la libertad y someter a la gente, hermanarse con el pueblo y apartarlo de las cosas de La Familia.
 
"Quiero que seamos hermanos", dijo el gran maestre Saavedra al final de la tenida carpetovetónica que el famoseo y el artisteo le montaron el pasado verano para celebrar sus 70 abriles. Con el holograma de Felipe González por video-conferencia: "Querido Momo". Fraternales como Caín y el otro.
 
De su paso por la Presidencia de Canarias, el candidato socialista rememora los hitos de "un esfuerzo educativo revolucionario", la creación de la "maquinaria administrativa de la Comunidad Autónoma", las "primeras leyes medioambientales", o la negociación con Bruselas del "famoso Protocolo II" de integración en la UE. Todo lo peor me arroba, que diría Vallejo.
 
Hay que echarle imaginación, para sentirse orgulloso de haber creado la "maquinaria administrativa" y la legislación medioambiental más ineficaz y burocrática de Europa; hipertrofiada por el nacionalismo, sí, pero inspirada por una típica mentalidad socialista de desconfianza en la gente y control clientelar de los resortes del poder.
 
José García Abad, en la biografía Las mil caras de Felipe González (La Esfera de Los Libros, Madrid, 2006), narra una de las decisiones tomadas por el ex presidente sobre los equilibrios internos de su gobierno.
 
Al formar gabinete tras las elecciones de 1993, un grupo de influyentes mujeres del PSOE liderado por Matilde Fernández tuvo la expectativa de una aproximación a la paridad hombre-mujer en el nombramiento de ministros. Este grupo aspiraba a dos carteras más para mujeres de las que asignó González.
 
Mientras le explicaba su decisión, durante un paseo por los jardines de La Moncloa, González le dijo a Matilde Fernández: "He tenido que meter a Saavedra porque el partido me lo impuso para respetar los equilibrios territoriales". Así se escribe la historia. El ministro de cuota acaricia la vanidad de volver convertido en candidato por descarte.
 
En la fiesta de las 70 primaveras, Juan Fernando López Aguilar infligió a Saavedra unos versos de Saulo Torón –modernista coetáneo de Tomás Morales– que pretendían ser fraternales: "En este rincón atlántico / las cosas son de este modo/ o se es un romántico/o se es bobo del todo". ¿Sabía el ex ministro de Justicia que el poeta grancanario escribió esa estrofa como sátira, no como encomio, de cierta variedad insular del arquetipo del letraherido? Típico de la era del talante, hacer que todo signifique cualquier cosa. Si ni siquiera respetan el Poema, ¿cómo esperar que respeten la Constitución?

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