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La unidad de los demócratas

La hipótesis, mantenida interesadamente por Ibarretxe, de que unas elecciones anticipadas en el País Vasco no resolverían ninguno de los problemas existentes es un voluntarismo interesado. Esas elecciones son desde hace tiempo imprescindibles en el panorama vasco por la obviedad del fracaso del gobierno existente y el deterioro tanto de su legitimidad de origen (con el apoyo frentista de los votos del terrorismo nacionalista) como de ejercicio (fracaso del proyecto soberanista y ahora abandono del apoyo de Eh). La única salida de parcheo sería la vuelta al gobierno tripartito con el PSE-PSOE de compañero de viaje, algo que manifiestamente ha venido buscando el PNV y a lo que ha podido dar alas la falta de consistencia del discurso de José Luis Rodríguez Zapatero, aunque es improbable que ese escenario pueda ser avalado por unas bases que son objetivo directo del terrorismo nacionalista en sus diversas manifestaciones como la violencia callejera. Lo lógico es que ante la incapacidad de Ibarretxe de sacar adelante los presupuestos, PP y PSOE presenten moción de censura. Por instinto de supervivencia, los dos grandes partidos nacionales están llamados a ir unidos y generar una alternativa constitucionalista.

Sucede que en materia tan delicada y tan decisiva para la libertad hay un consenso anterior a los partidos que ha dado en conocerse como “unidad de los demócratas” y no pasa por los vaivenes de los dirigentes políticos sino por la convicción, plebiscitariamente manifestada en las terribles cuarenta y ocho horas del macabro asesinato de Miguel Ángel Blanco, de que frente al terror la única estrategia tanto moral como posible es la firmeza, el Estado de Derecho y la defensa de la libertad. Quien se sustrae a ese consenso de fondo, lo paga en las urnas. Lo ha pagado Izquierda Unida que es quien con Javier Madrazo ha demostrado un mayor despiste y una mayor cobardía moral. Lo ha pagado y lo pagará, porque IU, con Julio Anguita diciendo ya lo mismo que su paniaguado vasco, se encamina hacia su desaparición. Lo ha pagado el PNV en las elecciones generales. Una parte sustancial de los votos peneuvistas no son, ni mucho menos, a la deconstrucción nacional pseudohegeliana y kuklusklánica de Xabier Arzalluz, empeñado en ser la reencarnación étnica del mentecato intelectual de Arana Goiri tar Sabin. Una parte sustancial de esos votos son al PNV como partido de orden y conservador. Y en ese punto el fracaso es completo. Jugar a la revolución tribal desde el poder es abrumadoramente estúpido y sólo se entiende a la vista de la profunda mediocridad de la clase política nacionalista.

La unidad de los demócratas responde a ese viejo principio plebiscitario de los primeros tiempos cristianos: vox populi, vox Dei y se parece bastante al consenso originario que en la doctrina se conoce como “contrato social”. Es decir, que está en los ciudadanos antes que en los políticos, en los militantes antes que en los dirigentes, y eso hace que políticos y dirigentes se resisten demasiado a atenerse a él y a canalizar sus anhelos no en estériles reuniones de todo tipo, sino en el Parlamento con leyes y medidas que refuercen el Estado de Derecho. La cuestión es que la política de firmeza de Mayor Oreja no es del ministro del Interior sino de la sociedad. Y no caben muchas dudas de que votantes y militantes socialistas están mucho más cerca de que no se puede ni ceder al chantaje terrorista ni se puede considerar como solución al nacionalismo, sino como problema, que de las equidistancias de José Luis Rodríguez Zapatero. Por su respeto a la unidad de los demócratas, entre otras cosas, es por lo que el PP obtuvo mayoría absoluta y fue el partido más votado en las tres capitales vascas y en las zonas urbanas, donde la dictadura del miedo es algo menor.

De las medidas propuestas por el Gobierno –especificar mejor el delito de apología del terrorismo, aplicar el Código Penal a los menores del terrorismo callejero, que sea la Audiencia Nacional la que entienda sobre ese terrorismo sustrayendo la acción de la Justicia de la coacción- lo mejor que se puede decir es que llegan tarde y en la materia no se puede estar al albur de las ofensivas del terrorismo nacionalista, porque en ofensiva de los violentos llevamos treinta años.

Con tanto parloteo, y tanto intento de ganar el tiempo –y lo dicho vale para Ibarretxe, pero también para Mayor Oreja- lo que se hace precisamente es perderlo. La cuestión aquí y ahora es que Lizarra ha sido la culminación del fracaso del nacionalismo, la evidencia de que el nacionalismo es la fuente del conflicto. O sea, su causa, porque el nacionalismo es el mínimo común denominador de todo totalitarismo. Y la cuestión es que las cosas pueden cambiar en el País Vasco, toda vez que nuestro sistema es descentralizado y federalizante, si la unidad de los demócratas genera una alternativa al nacionalismo y accede un lehendakari constitucionalista (y por ende foralista o estatutario) a Ajuria Enea. Lo demás son monsergas. Como primera virtud, la policía autonóma pasaría realmente a defender los derechos y libertades de “todos” los contribuyentes vascos.

Existe la experiencia. Pueden estudiarse sus efectos. En Álava el nacionalismo ha pasado a la oposición. Los constitucionalistas gobiernan en el Ayuntamiento de Vitoria, en las Juntas Generales y en la Caja de Ahorros. Por de pronto, el terrorismo ha descendido su intensidad. Pero además los efectos en el PNV son visibles: las posiciones más moderadas y más críticas son precisamente las de peneuvistas alaveses. Las defensas más encendidas de la Constitución y el Estatuto de Autonomía son de nacionalistas alaveses como José Ángel Cuerda y los hermanos Guevara. La conclusión es bien sencilla: el nacionalismo en la oposición se modera, porque si se radicaliza se margina aún más, y el hambre –la falta de prebendas- desarrolla la inteligencia y despeja las quimeras. La religiosidad nacionalista entraña un componente de travestismo, porque el nacionalismo es también un pesebre y, por intervencionista, de la especie más expansiva. Arzalluz, que no se presenta a ninguna elección democrática, no resistiría perder el gobierno vasco. Y no digamos mediocridades de la intensidad de Ibarretxe o Egibar o un balbuceante Imaz.

Porque la unidad de los demócratas no es que todos vayamos detrás de una pancarta, sino luchar por eliminar las fuentes del conflicto y no ceder a sus terribles manifestaciones. Si el PSOE se mantiene en la equidistancia lo pagará electoralmente. Para esos casos está el voto útil. Está en juego ni más ni menos que la libertad.

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