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El dólar sigue subiendo y el euro sigue bajando. Triste, pero normal. Se trata de un movimento de fondo en el que juegan varios factores, uno de los cuales es el precio del barril de petróleo, que se paga en dólares. También la extraordinaria marcha de la economía estadounidense que les permite subir los tipos de interés y seguir atrayendo fondos de todo el mundo. Y algún detalle añadido como el anuncio ayer de las bajas reservas de petróleo en los USA, que fortalece a la OPEP y, de paso, al dólar.

La subida no será eterna y la bajada del euro, tampoco, porque detrás hay economías sólidas respaldando de hecho a ambas monedas. Pero dure lo que dure la depreciación del euro ya hay algo que ha demostrado: la irresponsabilidad no sólo política sino deseablemente penal de las autoridades monetarias europeas, que la semana pasada decidieron gastar dos mil quinientos millones de euros en mantener artificialmente frente al dólar el valor de su moneda, que es la nuestra.

Ese dinero era nuestro, de todos los ciudadanos de Europa. Y los burócratas de la moneda única (europea, no mundial) lo han malversado a sabiendas de que la movilidad de capitales en la economía actual hace imposible, además de indeseable, toda intervención pública para mantener artificialmente alta cualquier divisa. Más de trescientos mil millones de pesetas se han tirado a la basura para que Duisemberg tuviera titulares de prensa confortables un día o dos. A falta de una Constitución Económica que sancione a los políticos que juegan irresponsablemente con la economía y arruinan a los ciudadanos, un auténtico Tribunal de Defensa de la Competencia debería multar y apartar de la vida pública a los demagogos que por mera vanidad publicitaria lesionan la capacidad de competir de los europeos debilitando estúpidamente su moneda. Este tipo de operaciones debería entenderse como una forma de financiación ilegal de los partidos y de los bandidos políticos. Y reprimirse en consecuencia.

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