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Lehendakari constitucionalista

El nacionalismo vasco –especialista en satanizaciones– utiliza el concepto “Madrid” como categoría moral y polo dialéctico. Es una forma de reclamar latentes complejos de culpa. Ese “Madrid” ha vivido desde los tiempos de Adolfo Suárez en permanente cesión ante el nacionalismo. Ese “Madrid” se encarnó en el felipismo que asumió la mentalidad etarra y consideró el terrorismo de Estado como un arma para la negociación, al tiempo que se plegaba al PNV como la legitimidad vasca. Ese “Madrid” genérico de los “líderes de opinión” ha sido el del instinto de muerte del proyecto nacional y el abandono de la defensa de las libertades personales en los territorios gobernados por partidos nacionalistas.

En la medida en que el PSOE de Zapatero está rompiendo amarras, tres son los mensajes que se lanzan con profusión desde todos los medios para intentar evitar el desastre de una política en la que casi todos han pecado: la unidad de acción de PP y PSOE es una nueva forma de frentismo, esa coordinación estratégica beneficiará a Jaime Mayor Oreja como reclamación de “voto útil”, y además el mapa político vasco se mueve poco en términos de nacionalismo y constitucionalismo, con lo que encima todo puede quedar en agua de borrajas.

Ninguno de los tres argumentos tiene en cuenta los datos electorales de las últimas generales, que han sido las que de manera definitiva han modificado la situación. Por de pronto, el PP no ha hecho otra cosa que ascender, ganando votos necesariamente del PNV, desde que en tiempos de Gregorio Ordóñez no tenía casi ningún concejal hasta ser la segunda fuerza más votada y ganar en las principales poblaciones. El PSOE sufrió un progresivo estancamiento a la baja como castigo a su política de pactos con el PNV, al tiempo que seguía siendo objetivo de las acciones terroristas, por lo que la única forma de frenar su deterioro en aras del “voto útil” es precisamente mostrar que el voto al socialismo vasco será útil para cambiar el statu quo, que se basa en altas dosis de coacción y amedrantamiento, contra el que hay una rebelión manifiesta.

Es Javier Madrazo quien representa en estado puro la estrategia contraria: justifica el frentismo nacionalista con su coartada antifrentista (el pacifismo como equidistancia entre los verdugos y las víctimas) y, a cambio de blindarse con la inmunidad frente a la violencia, actúa como mero compañero de viaje. La consecuencia es bien visible: no sólo Izquierda Unida ha perdido el 50 por ciento de los votos en el País Vasco, sino que Javier Madrazo es una de las causas del imparable deterioro nacional de su partido. Madrazo podía tener la decencia de apoyar la moción contra Ibarretxe, pero en su voto contra la moción y a favor de él, firmará su sentencia de muerte política. El voto a Izquierda Unida será completamente inútil, y eso beneficiará al PSOE. Así que Zapatero acierta en su estrategia, aunque el coro de columnistas con ex estrategas de Interior en la etapa PSOE, intente frenar el único escenario que abriría sendas para una etapa inédita: un lehendakari constitucionalista.

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