El primer debate presidencial acabó esta madrugada en empate, con gran decepción para los que esperaban una indicación clara de cuál de los dos candidatos tiene más esperanzas de ocupar la Casa Blanca el próximo mes de enero.
Pero tanto el republicano George Bush como el demócrata Al Gore se mantuvieron en sus posiciones y dieron las imágenes que han proyectado hasta ahora, aunque Gore se guardó su proverbial agresividad.
Si Bush debía demostrar su capacidad, Gore tenía que presentar una cara amable, como en la convención demócrata, y para ello intentó sonreir, evitar los ataques personales y hasta trató de parecerse físicamente a Ronald Reagan, el más popular de los presidentes modernos. Pero Gore no es Reagan y sus sonrisas burlonas ante las declaraciones de Bush resultaban infantiles y tan sólo hacían gracia a los que están ya decididos a votar por él.
Aunque ninguno de los dos se impuso claramente, Bush sacó mucho mayor partido al debate pues en los 90 minutos no se le trabó la lengua ni se quedó parado en la discusión y mostró un conocimiento detallado de los temas planteados. Con ello, probablemente, quedará eliminada la imagen de tonto que ha dado pie a tantos chistes en los programas nocturnos de televisión durante los últimos meses.
Para Bush pueden haber mejores noticias. Primero, porque tres horas después del debate, una nueva encuesta Gallup marcaba un nuevo empate de los dos candidatos: ambos con el 45% de la intención del voto, después que el lunes Gore volviera a adelantar a Bush. Segundo, porque este debate tuvo el formato rígido más favorable a Gore, mientras que los otros dos son charlas en que Bush se siente cómodo y que ponen a Gore en mayor peligro de perder el control y volver a sus tendencias agresivas que tan pocas simpatías provocan.
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