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Las elecciones norteamericanas han confirmado aquello de Winston Churchill de que la democracia es el menos malo de los sistemas. Quizás lo ha demostrado en demasía. En cualquier caso, la democracia no pretende ser perfecta. Esa es su fortaleza. El relativo escándalo de que el candidato ganador en voto popular no sea el ganador es estrictamente farisaico. Precisamente la representación territorial del colegio electoral, previsto por los padres fundadores, frente al colegio único, ha demostrado, también en estas elecciones, complementar el sentir de la mayoría con el respeto de la o las minorías. A la postre, se está hablando del voto de los judíos jubilados o de los cubanoamericanos como decisivos. Aquí, el PSOE obtuvo más votos que Pujol en las elecciones catalanas, con sistema proporcional.

Los plazos entre la elección y la toma de posesión fueron, y son, una medida de estricta sensatez, que impiden la ingobernabilidad en situación de disputa. La eliminación de la violencia en la alternancia política, que es la gran conquista democrática.

Los padres fundadores, ciertamente, no fueron capaces de prever algunos fallos del sistema como la necesidad de las televisiones de adelantarse a la competencia, que es uno de los factores de incremento de la confusión. Es muy complicado obligar a repetir unas elecciones por fallos técnicos, en cualquier caso lamentables, como los de Palm Beach, porque entonces casi ninguna sería válida. Y es muy humano resistirse a aceptar una derrota por tan escaso margen de votos, máxime para un hombre programado para ser presidente, como es el caso de Al Gore. Todo voto en unas elecciones es importante. Esa es la lección más alentadora. Incluso los votos por correo, a los que seguramente habrá que esperar.

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