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En Estados Unidos ha fallado todo menos las encuestas. La constante de que el resultado iba a ser ajustado se ha cumplido al milímetro, quizás en demasía. En España, las encuestas electorales han fallado más que una escopeta de feria. Las relativas al País Vasco, de una manera abrumadora.

La especie de que los consultados mienten en un porcentaje relevante ha ganado espacio para explicar esa habitual distancia. En el caso del País Vasco hay otras razones obvias para interpretar en clave las encuestas, e incluso para considerar imposible que tengan validez. Recientemente se han hecho públicas algunas cuya conclusión genérica es una supuesta escasa movilidad del electorado. Concretamente, se supone que el PNV mejoraría sus posiciones en número de escaños a costa de EH, y el PP lo haría a costa del PSOE, de forma que el panorama no variaría sustancialmente. La conclusión subyacente o política es que la estrategia de Jaime Mayor Oreja, con la apuesta por una alternativa constitucionalista capaz de gobernar en Ajuria Enea, es un error. Lo curioso o significativo es que, en otra serie de preguntas sociales, se detecta un componente de miedo en la población, absolutamente lógico ante la situación de terrorismo en la que se sobrevive. Por ejemplo, casi un tercio de los jóvenes se muestran dispuestos a abandonar el País Vasco si encuentran posibilidades. Es mayoritaria la opinión de que existe un déficit democrático y una libertad condicionada.

Cuando se asesina a concejales del PP o a diputados del PSOE, cuando el miedo está tan justificado, lo lógico es que el encuestado desconfíe del encuestador y, por supuesto, no se identifique con opciones constitucionalistas, porque ello entraña habitualmente un riesgo. El miedo, obviamente, es superior en los sectores sometidos a la amenaza de limpieza ideológica. Por tanto, es de sentido común que las encuestas den mejores posiciones a las formaciones nacionalistas. Así ha ocurrido siempre. También en las últimas generales, el PP dio la “sorpresa” de igualar prácticamente al PNV y superarlo en las tres capitales de provincia y en todas las grandes poblaciones donde hay mayores ámbitos de libertad respecto a la tiranía del terrorismo nacionalista, más intensa en los “burgos podridos” rurales, donde la coacción es constante.

La falsa imagen de que el mapa político vasco permanece invariable o dividido en dos bloques, nacionalista y constitucionalista, es radicalmente falsa. Muy al contrario, lo que ha habido ha sido un constante deterioro de la hegemonía nacionalista. En 1984, con Carlos Garaicoechea de candidato, el PNV obtuvo 435.000 votos y el conjunto de las formaciones nacionalistas, las dos terceras partes de los sufragios. Todavía, por ejemplo, el PP no tenía un solo concejal en Guipuzcoa (por invertir de manera tan clara esa tendencia, el terrorismo nacionalista asesinó a Gregorio Ordóñez, llamado a ser alcalde de San Sebastián). Entonces el PNV dominaba completamente las instituciones de las tres provincias, mientras que ahora en Álava es un partido minoritario con riesgo de marginalidad. En las últimas elecciones generales, el trasvase de voto del PNV al PP fue claro y sólo pudo ser contrarrestado por el de EH al PNV.

No sabemos lo que nos deparará el futuro, porque ello depende de la responsabilidad de cada uno, pero lo que sí podemos predecir es que el futuro electoral del País Vasco se parecerá poco o muy poco a lo que indican hoy o indiquen mañana las encuestas, porque el miedo ha de traducirse necesariamente en la ocultación y la prudencia a la hora de contestar.

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