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El pacto entre PSOE y PP recoge en su preámbulo -contenido fundamental del acuerdo- la doctrina Mayor Oreja en estado puro. En buena medida es una implícita o hurtada autocrítica de errores de ambos partidos. No deja de ser curioso que los dos redactores del acuerdo sean los principales responsables de los errores pasados.

Es el caso del secretario general de la Presidencia, Javier Zarzalejos que fue el principal impulsor de la negociación con Eta -en los tiempos en que Aznar, bajo su influencia, llegaba a calificarla de organización armada- y el más destacado interlocutor. Y el del exministro socialista Alfredo Pérez Rubalcaba, uno de los principales valedores, a su vez, de la tesis negociadora y firme partidario del acercamiento al PNV. Que el principal responsable de la peor etapa de Aznar y uno de los principales de las más horrendas de Felipe González hayan trasladado al papel el pensamiento de Mayor Oreja y lo hayan convertido en política estable de ambos partidos es casi una parábola. En otros lugares en estos casos más que de redactor se suele estar de cesante o de dimisionario.

Analógicamente a como Dios escribe derecho con renglones torcidos, este pacto -triunfo del ministro del Interior y de Nicolás Redondo Terreros, a los que en la tregua trampa se intentó aislar como si la unidad de los demócratas fuera unirse contra ellos- es muy positivo. Tiene un marcado carácter postelectoral, porque lleva implícita la existencia de una alternativa constitucionalista, o dicho más claro: el compromiso tácito de que el PSOE no pactará en ningún caso con el PNV, el de Estella/Lizarra y el que cada día se manifiesta más nazi por boca de Xabier Arzalluz, incapaz de comprender la máxima de un hombre, un voto.

El ideólogo del PNV cree que los no nacionalistas no tienen derecho al voto o debe establecerse un nuevo esquema censitario por el que su voto vale más que el de los constitucionalistas (entre otras cosas, porque el PNV en Euzkadi -que en términos nacionalistas incluye Navarra y el sur de Francia, donde es marginal o inexistente- es un partido muy minoritario y no le salen las cuentas).

El pacto -pone en evidencia el error Madrazo y descuelga a Izquierda Unida abocada a su desaparición con Llamazares al timón del naufragio- precisa ahora de una estrategia de resistencia activa o de liberación democrática de los burgos podridos del nacionalismo por la coacción y el miedo. La virtualidad de este pacto se juega no en las fotos en Madrid, sino en el País Vasco y en las próximas elecciones.

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