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Las estulticias de Celia Villalobos --Aznar no puede pretender ir de estadista con una ministra tan notoriamente irresponsable-- han quitado atención al fuerte incremento de la violencia terrorista con pretensión de realizar uno de los atentados más salvajes, como ha sido el intento de asesinar en bloque a la cúpula del Partido Popular, aprovechando el homenaje en el cementerio de Irún a una víctima. Se suma a ello la reaparición del comando Barcelona con una bomba-trampa.

Todo esto sucede --en el terreno de mayor gravedad, el de mayor preocupación, con toda lógica, para los ciudadanos-- cuando se ha entrado en la política vasca en una situación kafkiana, demostración del desastre sin paliativos del gobierno de Ibarretxe. Desde los propios socios de gobierno, en boca de Carlos Garaicoechea se dio por supuesto e inminente el adelanto de la convocatoria electoral, algo similar hizo Joseba Egibar. A los pocos días las declaraciones se orientaron hacia la búsqueda de fórmulas que impidieran ese ineludible adelanto electoral.

Ibarretxe se ha sumido en el mutismo, sin ni tan siquiera haber expresado su condena al intento de asesinato colectivo de los dirigentes populares. Un atentado que muestra hasta qué punto el terrorismo se hace en nombre del nacionalismo en su conjunto y con pretensión de servir a los intereses comunes eliminando fisicamente a los adversarios constitucionalistas para generalizar el miedo entre militantes y votantes, sosteniendo sobre la sangre y la coacción al nacionalismo en el poder. Hay más que una alternativa constitucionalista, hay una resistencia heroica.

España tiene problemas agravados por algunos ministros como el síndrome de los Balcanes y las vacas locas, pero tiene sobre todo una amenaza totalitaria contra la libertad y el derecho a la vida que precisa de una respuesta democrática en las urnas. ¿Para cuándo las elecciones en el País Vasco? ¿Qué ha sido de la fantasmagórica figura política de Ibarretxe?

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