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Diana Molineaux

Miel y cuchillos

Los tres días que George Bush lleva en la Casa Blanca han servido ya para exhibir abundantemente su "encanto sureño" que, según declaraciones de los propios interesados, ha "desarmado" a sus rivales demócratas que por el momento se reservan las críticas y ensalzan su actitud abierta y su disposición al diálogo.

Un personaje como el senador Ted Kennedy, totalmente opuesto a cuanto cree y defiende Bush, salió el martes de su primera reunión con el nuevo presidente en que se trató de la reforma educativa y declaró a la prensa "tenemos muchos puntos en común". No se conocían, pero en este primer contacto tuvieron una conversación muy animada desde que Bush mostró a Kennedy la mesa que ha elegido para la Oficina Oval: el escritorio utilizado por el asesinado John Kennedy, hermano del senador.

Incluso el propio Bill Clinton, tras una breve conversación con su sucesor, comentó que "es una persona que realmente conecta, es un error subestimarlo" y la prensa que tanto se burló de las limitaciones intelectuales de Bush señala que tal vez no disfrute como Clinton de los análisis filosóficos, pero comparte su habilidad de ganarse a los interlocutores.

Todo esto, naturalmente, forma parte del tradicional trimestre de "luna de miel" de los nuevos presidentes, aunque se suponía que Bush, debido a la lucha post-electoral, entraría directamente en las fricciones de la rutina conyugal. Ni el propio Bush cree que la miel dure mucho y comenta que los mismos legisladores que hoy le muestran apoyo en una cuestión, se opondrán mañana en otra.

En realidad, están afilando ya los cuchillos: quienes, como Kennedy, ven coincidencias en los objetivos educativos, rechazan totalmente cualquier versión del cheque escolar. Igual con los recortes fiscales: la propuesta de Bush para 1.600 millones de dólares se quedará en poco más de mil millones y los demócratas quieren estructurarla para que tan solo beneficie a los pobres y no a quienes más pagan.

Incluso la aplazada confirmación del secretario de justicia John Ashcroft es una prueba suficiente de que se preparan para la batalla. Los demócratas saben que no tienen votos para impedirla, pero quieren demostrar que son capaces de reunir un número grande de legisladores bajo la consigna de sus líderes. Además, defienden los intereses de grupos opuestos a Ashcroft porque son la base del partido y quieren garantizarse su cooperación para movilizarlos cuando realmente los necesiten contra las iniciativas de Bush.

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