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Es Zapatero el que se equivoca y naufraga en la difícil posición de un melifluo árbitro que da buenos consejos al guirigay socialista. Que los líderes autonómicos tengan criterios distintos sobre el Plan Hidrológico es absolutamente comprensible, porque sus intereses son distintos y en ocasiones encontrados. Dejo al margen lo que de posible vendetta pueda esconderse tras la posición cada vez más autónoma de José Bono y Juan Carlos Rodríguez Ibarra. El error de Zapatero es carecer de un proyecto nacional cohesionador, de forma que, a la primera de cambio, ha cometido un error estratégico de bulto situando la posición de parte, del gobierno aragonés, como el criterio de todo el partido. Algo imposible. Puede ser muy conveniente mantener el poder en Aragón y apuntalar a Marcelino Iglesias, pero tal postura raya en el nacionalismo de las “fronteras naturales” y no tiene venta posible fuera de dicho territorio autonómico.

Es posible que Marcelino Iglesias fuera uno de sus apoyos en el Congreso o que estén de fondo los pactos contra natura que dieron acceso al poder al PSOE en autonomías como Aragón y, sobre todo, Baleares, pero el agua no es cuestión ni de matiz, ni menor. Por toda España hay tribunales de justicia al margen del Estado y comunidades de regantes para regular y mediar en cuestión esencial, de vida o muerte. El agua es materia más inflamable que la gasolina, y Zapatero se ha puesto a jugar a aprendiz de brujo pretendiendo mantener la unidad en torno al criterio aragonés. Eso es metafísicamente imposible. En la medida en que se aproximen votaciones y debates en el Congreso la fractura interna se irá haciendo más fuerte y más grave. Queda por ver, a este paso, qué queda de Zapatero tras la riada.

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