Si Baltasar Garzón instruyera bien los sumarios, si sus decisiones no estuvieran tan condicionadas por la montaña rusa de su trayectoria y su vanidad superlativa, podría decirse que Eta llevaría tiempo en las últimas y podríamos echar las campanas al vuelo cada vez que se produce una operación como la de la detención de los dirigentes de Haika, nuevo nombre de Jarrai. Existe la certeza moral de que no son otra cosa que el “semillero de Eta” o la cantera del terrorismo. Sobre eso hay lo que comúnmente se conoce como pruebas: los últimos asesinos de especial crueldad provienen de ese mundo, de esas juventudes como de un filial.
Lo que sucede es que luego son puestos en libertad porque el juez parece tener las ideas claras pero no las lleva en horas veinticuatro de las musas al teatro. De esta forma, la Justicia se convierte en mero elemento instrumental de intranquilidad para el entorno etarra, lo cual estratégicamente no es poco, pero moralmente no va muy lejos. Si alguna vez Garzón consiguiera trabajar en serio, de firme, hilvanando las pruebas, estableciendo las conexiones, desvelando los míster X, podríamos estar seguros de que la banda terrorista iría hacia su final a corto plazo, pero como luego vienen las decepciones es mejor confiar en las urnas y en una mayor coordinación entre las policías si el nacionalismo fuera desalojado del poder.

Si Garzón instruyera bien...
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