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El discurso de la hipocresía

Si no hubiera muertos de por medio, la política vasca produciría hilaridad por su bajo nivel y por el tono circense que adquiere, un día sí y otro también, en el nacionalismo. Ya resultaba chocante que Juan María Atutxa saliera por el registro de lo inmoral que es pactar con quienes no condenan la violencia tras haber estado tres años como presidente del Parlamento vasco con esos votos. Luego sale por la misma tecla Xabier Arzalluz en lo que, en quien no desea que termine Eta, es el discurso de la hipocresía superlativa. Al tiempo, para que no falte incoherencia en ninguno de sus aspectos, el PNV está intentando romper a la izquierda abertzale en lo que es una grosera lucha de familia.

Arzalluz anda acuciado por la posibilidad de perder el poder, cuestión que las encuestas manifiestan como hipótesis en una dosis muy superior a otras convocatorias, sometido a la presión de la decisión etarra de no repetir el frentismo de la pasada legislatura. Cree que los militantes del PNV se radicalizarán en la oposición y transferirán la legitimidad nacionalista a los del tiro en la nuca.

Lo dicho, si no hubiera violencia de por medio, asesinatos, chantajes, amedrantamientos, este escenario sería patético y produciría risa. Un partido que da tantos bandazos como el PNV no es que sea ambiguo, simplemente es que no es un partido serio. El PNV ha recurrido a la metafísica, a la autodeterminación, porque se ha quedado sin proyecto para la cotidaneidad, y todo es un ir tirando para ver si mantiene los presupuestos y el pesebre. Unos días pide el voto a los etarras y al día siguiente a los sectores de orden. Un día hace un guiño a Eh y al siguiente a los socialistas. No sé, pero me parece que tanto ha ido el cántaro a la fuente que ya no les cree nadie, ni tan siquiera Otegi. Bueno, quizás Madrazo. Lo de Patxi Zabaleta y su corriente Aralar es otro cantar: lo del debate en Eh tiene el límite fisiológico de la nuca.

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