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Plinio Apuleyo Mendoza

¿Che Guevara o Cantinflas?

Confieso que la entrevista al subcomandante Marcos, hecha por García Márquez y Roberto Pombo y reproducida el domingo en El País, me dejó a oscuras. Y no por las preguntas, que eran pertinentes, sino por las respuestas.
Hasta entonces yo creía que Marcos era una mala imitación del Che Guevara. Ahora creo que es más bien una buena réplica de Cantinflas, su compatriota.

Cantinflas tenía el divertidísimo talento de hablar mucho, con toda suerte de rodeos y circunloquios, para no decir nada. Era una caricatura de cierto tipo de personaje latinoamericano que, por cierto, existe todavía. Y Marcos es preciosamente la prueba.

“¿Qué tanto de militares tienen usted y su movimiento?", le pregunta García Márquez. La respuesta de Marcos, como la de Cantinflas, podría reducirse a un “sí, pero no”. En síntesis, es eso lo que quiere decir. Sostiene, en efecto, que es militar y militar su movimiento, sólo que las armas, a la hora de la verdad, no sirven de nada. En última instancia, se trata de un disfraz, pues con traje de calle y corbata, nadie le prestaría atención. Sería un oscuro señor Guillén y no el subcomandante.

Hay un discurrir igualmente tortuoso cuando se le pregunta sobre sus diferencias con la izquierda tradicional. Pero allí si hay una almendra de verdad. La izquierda latinoamericana pretende ser vanguardia – dice Marcos - pero detrás de ella no suele ir nadie. Al menos, él tiene algunas comunidades indígenas del sureste mexicano que prestan sustento a su acción (publicitaria y no militar).

Lo que no está muy claro es lo que se propone. En este punto Marcos vuelve a ser Cantinflas. Quiere diálogo con el gobierno, pero no encuentra una mesa apropiada para dialogar. Y uno se pregunta: ¿no serviría cualquier mesa que tuviese sus cuatro patas? Además habla de desafiar al gobierno de Fox y al Estado mexicano, lo que en buena lógica parece contradictorio. Pues desafío y diálogo son, para cualquier cristiano, dos actitudes difícilmente conciliables.

Total, nada saca uno en claro. Llegado a este punto, García Márquez –al fin y al cabo novelista– se interesa en el personaje. ¿Cómo es un día suyo? ¿Qué lee? ¿Cuántos años tiene? ¿Por qué anda con una linterna? Y allí Sebastian Guillen no deja de ser el encapuchado para crear misterio donde no lo hay. Tiene 518 años. Usa linterna porque él y los indígenas están metidos en un hueco donde no hay luz. Su libro de cabecera es El Quijote, visto por él como un manual de teoría política. Cosa nada extraña, por cierto. Si el Quijote andaba a destiempo disfrazado de caballero andante, Marcos, también a destiempo, anda vestido de Che Guevara. Por pura coquetería –lo dice también– y disparando entrevistas en vez de balas, cosa de todos modos edificante porque de eso nadie se muere .

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