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Alberto Míguez

Un suspiro de alivio

Los resultados mediocres conseguidos por la coalición secesionista de Montenegro (“Victoria Montenegrina”) despejan, aparentemente, una situación confusa y peligrosa.

Es poco probable con estos resultados que el presidente Milo Djukanovic se atreva a convocar un referéndum de autodeterminación en los próximos meses como había prometido días pasados. Y es poco probable también que, de convocarlo, lo ganase, dado que sus adversarios yugoslavistas (“Juntos por Yugoslavia”) lograron resultados muy parecidos. Unos se neutralizan a otros.

La comunidad internacional, y especialmente la Unión Europea, han suspirado con cierto alivio en las últimas horas porque de confirmarse la victoria de Djukánovic –que, conviene no olvidarlo, era el aliado seguro de la UE durante la ofensiva contra Serbia– se iniciaría un proceso de consecuencias difíciles de prever: la “explosión” de la actual Federación Yugoslava provocaría inevitablemente un nuevo “ajuste” de fronteras y estructuras estatales. Y eso, en la ex Yugoslavia, significa guerra, limpieza, étnica, terrorismo nacionalista, pobreza, desarraigo, éxodos masivos, etc.

El ejercicio democrático de las elecciones legislativas celebradas este fin de semana en Montenegro constituye de por sí una excelente noticia: los comicios se procesaron en la normalidad y los resultados fueron tranquilizadores e indiscutibles para todos. Los ultranacionalistas obtuvieron un puñado de votos que los convierten en una fuerza irrelevante, los secesionistas demócratas no podrán con estos resultados avanzar en la senda de la independencia y los “yugoslavistas” moderados tampoco podrán imponer sus puntos de vista al Estado federal. Todo un ejemplo de sentido común, el menos común de los sentidos en la Yugoslavia post-Milosevic.

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