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Javier Madrazo es desde hace tiempo el lazarillo de Arzalluz, un pícaro profesional sin el encanto ni la ironía del personaje literario. Madrazo está expuesto con sus harapos ideológicos ante Sabin Etxea con la mano extendida para que le den algo. Es, a día de hoy, uno de los personajes más patéticos de la vida pública española con una trayectoria de funambulista que va de Gesto por la Paz al Pacto de Estella/Lizarra, algo así como gesto por Eta.

La oferta de Madrazo para un pacto tripartito, correspondiendo a la limosna nacionalista de la rebaja del listón al 3 por 100, no es ni un brindis al sol, es el intento de abrir un agujero en la jarra del vino nacionalista. Y es, además, y por encima de todo, una mentira poco piadosa que no se corresponde con la realidad: en ninguno de los escenarios los hipotéticos escaños de Izquierda Unida –eso se verá en las urnas, estoy por apostar que se queda en cero patatero- no sirven para formar gobierno. El PNV necesita a Eta-Eh o al PSOE. Lo primero es imposible. Lo segundo dependerá de las contradicciones de la insoportable levedad de Rodríguez Zapatero y la endeble retaguardia tan llena de felipistas y de nacionalistas de las diversas autonomías.

El apoyo de Madrazo es voluntarista. Es un intento de transmitir el mensaje de que sus votos valen para algo. No valen para nada, a tenor de las encuestas. Pero, en caso de valer, las intenciones están claras: cada voto a Madrazo es un voto a Arzalluz, para que Arzalluz le dé algo. A poder ser, sustancioso. Si Madrazo desaparece de la vida pública por la decisión de los ciudadanos se habrá dado un paso importante en la normalización del País Vasco. Habrá menos pícaros, menos mendigos profesionales de la política y menos cínicos viviendo de la desgracia y el coraje de los demás.

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