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El extraño reto de Ibarretxe a Mayor Oreja para celebrar un debate electoral, lo que no puede más que agradar a quien se presenta como alternativa, no tiene otro sentido, como demuestra la concatenación en el tiempo de los acontecimientos, que preservar a Xabier Arzalluz de la incipiente crítica preliminar del popular con reto a debatir con quien manda pero sin presentarse nunca al dictamen de los ciudadanos.

Los estrategas electorales suelen resistirse a los debates, salvo en los casos en que la victoria no está asegurada y son altos los temores de un resultado sorpresa. Aunque sea elogiable en la forma el gesto de Ibarretxe, en el fondo es un signo de debilidad e incide en su imagen vicaria, de chico de los recados, puesto que está dispuesto a correr el riesgo del desgaste a cambio de que los focos dejen de centrarse en el pope de su partido. Las referencias a la cobardía moral de Arzalluz –valiente para amedrentar, cobarde para debatir– sentaron muy mal en Sabin Etxea (la casa del racista superlativo de Sabin o sede de la ejecutiva del PNV) donde no están acostumbrados a ese tipo de lenguaje, ni a perder de manera tan clara la iniciativa.

Hasta el momento, son Jaime Mayor Oreja y Nicolás Redondo Terreros los que llevan el compás de la campaña y de las propuestas, mientras Ibarretxe se mantiene en las generalidades y en el interés por asegurar el voto cautivo de los jubilados. Poner a Ibarretxe en el primer plano, preservando a Arzalluz, como ha hecho el PNV, no es fortalecerlo, sino mostrar sus congénitas carencias, algo así como un Rh débil o light, con quien nadie quiere pactar y que, por tanto, está empezando a ocupar el papel de perdedor.

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