A tenor de lo que vemos, al País Vasco le conviene la celebración frecuente de consultas electorales. Quizás debería haber una cada semestre. Por de pronto, moriría menos gente, pues hasta el momento, y ojalá siga así, no se han producido atentados. Esta reducción de la violencia es consustancial a la democracia que se basa en la alternancia sin derramamiento de sangre. Además, Eh saca más votos cuando menos mata Eta y viceversa: menos cuando más hay más asesinatos.
La campaña produce un benéfico proceso de moderación del nacionalismo. Hemos escuchado cosas tan tiernas y sorprendentes en boca de Ibarretxe como que el País Vasco se debe hacer “entre todos”, o la última de que no está dispuesto a pactar con los que no condenan la violencia, cuando en esa materia no es virgen sino que tiene horas de vuelo en la promiscuidad. Después de que asesinaran a Fernando Buesa, siguió gobernando sobre los votos de los asesinos. Ibarretxe no ha hecho otra cosa que pactar con los que no condenan la violencia, manifiesto eufemismo que responde a una realidad bien distinta: ha gobernado con los que la apoyan y la practican; con los que hacen seguimientos, buscan información y con los que disparan el tiro en la nuca y ponen coches-bomba, de manera tan clara que el pacto con Eh no fue otra cosa que la consecuencia del directo del PNV con Eta.
Es campaña y ya no oímos esas cosas de Arzalluz contra los inmigrantes, ni se habla del Rh, ni se recuerda que PNV y Eta tienen los mismos fines y se fundaron para lo mismo. De hecho, Arzalluz se ha situado en un segundo plano y toda la extraña polémica sobre el debate no ha sido otra cosa que una cortina de humo nacionalista para evitar las críticas y los retos de Jaime Mayor Oreja a ese señor que pidió que Eta dejara de matar cocineros, pero no por defender el derecho a la vida, sino porque debía apuntar más alto.
La campaña viene siendo un ejercicio de travestismo nacionalista, de cinismo en altas dosis. El PNV concibe la campaña electoral como una forma de engaño, en la que dice casi lo contrario no sólo de lo que ha estado diciendo, también de lo que ha estado haciendo e incluso de lo que lleva en su programa electoral, donde el punto clave es radicalizar y exacerbar el conflicto con la propuesta de un referéndum autodeterminador. O el PNV está muy convencido de su capacidad de manipular a la opinión pública vasca o todo esto es una tomadura de pelo: después de haber mantenido en cartel durante años una tragedia, durante unas semanas a Ibarretxe le han dado el libreto de una comedia.
Llega un momento en que es imprescindible mantener el mínimo de memoria histórica: en nombre del pacto de Estella/Lizarra han sido asesinados una veintena de constitucionalistas, el PNV ha transferido legitimidad a Eta y ordenó a la Ertzaintza que se inhibiera ante el terror capilar de la kale borroka. Arzalluz no puede esconderse tras Ibarretxe sin que éste aparezca como un títere con harapos dedicado a la ceremonia de la confusión. La comedia de Ibarretxe es un entremés para que el público se relaje mientras en las bambalinas se prepara el desenlace de la tragedia, con Arzalluz de actor principal.

Travestismo nacionalista
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