Las expectativas no cumplidas producen frustración. El efecto inexorable de ese aserto provoca una sensación de decepción por cuanto la expectativa se había situado en el fin de la era nacionalista en el País Vasco. En términos absolutos, el PP y Jaime Mayor Oreja han superado las metas más elevadas previstas por sus asesores: ha ganado cien mil votos y se ha situado por encima del listón de las elecciones generales. En esos términos numéricos, es el mejor resultado de su historia. También el PSOE y Nicolás Redondo han mejorado sus resultados en treinta mil votos. Se perciben dos opiniones públicas, una nacional y otra vasca. De esa forma, ni IU ha ganado en el País Vasco, ni le va a agradecer nadie su postura.
En el fondo, la foto ha quedado fija con cambios exclusivos, aunque sustanciales, en la familia nacionalista. El PNV ganó de antemano las elecciones cuando dando marcha atrás de la escisión de 1986 formó candidaturas únicas con EA. La Ley d’Hondt prima la concentración de voto. Resultaba imposible que PP y PSOE hicieran algo similar, así que sólo cabía esperar por ese lado en un milagro ético.
Se ha producido sólo a medias: no hay más nacionalistas en el País Vasco, simplemente han primado al PNV y han rechazado a Eh. En la riña de familia sobre el pacto de Estella, los votantes han culpado del retorno al crimen a Eh y han exculpado al PNV. Han rechazado la vía de la violencia. ¿Por qué no ha habido un movimiento de solidaridad con las víctimas? Tal decisión implica una decisión personal que hace pasar una línea tras la que se empieza a ser objetivo y a vivir con miedo. El heroísmo no se da en tales dimensiones. La inmunidad nacionalista es un confortable privilegio. El PNV ha transmitido bien el mensaje de que con un cambio en Ajuria Enea aumentaría la violencia y peligraría el autogobierno. Eso de Arzalluz de que Eta y PP se necesitan, tan perverso pero tan entendiblemente conservador. Resulta lamentable que quienes mueren encima sean presentados como radicales o viscerales, pero así es la cosa.
Al margen de las expectativas frustradas, el mapa político vasco ha oscilado hacia la moderación. En los términos absolutos, la gran derrotada es Eh, que pierde la mitad de sus efectivos a favor de un partido que rechaza la violencia, mientras PP y PSOE suben. Eso es también la realidad, aunque no sea toda ella. La cuestión de futuro es si el PNV se ha radicalizado desde Estella y su propuesta de “paz” pasa por Ibarretxe y su compromiso de no pactar con Eh liderando el PNV la unidad de los demócratas, como sugiere Iñaki Anasagasti, o por Arzalluz para quien hay mayoría absoluta de nacionalistas, y la presidenta de EA quien considera que es la hora cero de la independencia.
En principio los electores vascos parecen haber dicho que sólo sobran los violentos, pero no es descartable que, no de manera inmediata, a medio plazo, Arzalluz opte por el giro soberanista, el conflicto institucional y el referéndum de autodeterminación. O el PNV va hacia la cohesión social o hacia el programa máximo de exclusión, con efectos incalculables en el momento actual. La iniciativa ha pasado ahora a los nacionalistas y al PNV, sin que se haya producido la reforma electoral nacional, que algunos considerábamos imprescindible para evitar un efecto de contagio o dominó que haga depender de los nacionalismos la política española y el futuro de todos. Eso que se llamaba la “segunda transición” y que implicaba corregir los errores de la primera.

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