Sinceramente, resulta un tanto exagerada la importancia mediática y política (seis senadores están presentes) que desde España se está dando al juicio contra el español Joaquín José Martínez, que este martes se inició en Tampa (Florida, USA).
Es probable que en la primera versión se hubieran cometido irregularidades y que algunas de las pruebas presentadas por la fiscalía fuesen dudosas (algo que, por cierto, reconoció el propio juez mandando retirar un video incriminatorio), es probable también que el primer abogado defensor del acusado no se hubiera esmerado en su trabajo y que el actual (cuya minuta superará los cien millones de pesetas pagadas mediante generosas aportaciones de municipios, instituciones y ciudadanos privados españoles) sea más competente. Es incluso probable que Martínez pueda salir en libertad, si se demuestra su inocencia, tras haber sido el primer español que paseó por el corredor de la muerte en una cárcel norteamericana.
Pero de ahí a promover una romería de visitas, viajes de parlamentarios, periodistas, diplomáticos e ilustres figurones ibéricos, media un trecho bastante grande.
Lo que subyace en el fondo de estos aspavientos mediáticos y políticos es un desconocimiento profundo del sistema judicial norteamericano y también una aversión a la aplicación de la pena de muerte que muchos millones de norteamericanos consideran adecuada en su país.
Ir a darles lecciones a los norteamericanos sobre la forma más adecuada de juzgar y castigar a los delincuentes, sean o no de origen español, resulta, además de prepotente, ridículo. Y no es seguro que esta movida alrededor del tribunal de Tampa, beneficie al acusado. Los jueces y fiscales norteamericanos también tienen su corazoncito y no hay cosa que más les moleste que vengan foráneos a darles lecciones.
A lo largo de este procedimiento tan meticulosamente seguido por ciertos medios españoles ha podido verificarse que, con todos los defectos conocidos, la justicia funciona en Estados Unidos y es capaz de rectificar y afinar cuando se demuestra que el método utilizado en la investigación y aportación de pruebas no ha sido el adecuado. Una lección que convendría no olvidar y que los peregrinos llegados a Tampa desde la península ibérica harían bien en tener en cuenta, allí y aquí.
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