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Plinio Apuleyo Mendoza

El Chile de Lagos

Alguna vez escribí que, para fortuna de su país, Ricardo Lagos, el presidente chileno, no era un socialista empeñado en aplicar las recetas ortodoxas del socialismo. Con esta misma idea, amigos chilenos de pensamiento liberal, como Arturo Fontaine Talavera o Jorge Edwards, habían votado por él y no por Joaquín Lavín, pese a que éste, tomando distancia con el “pinochetismo”, creía en el buen matrimonio de la libertad política con la libertad de mercado. El caso es que ellos, yo y muchos otros creíamos que Lagos estaba más cerca de la tercera vía de Tony Blair que de los dogmas dirigistas y estatistas de los dinosaurios de la izquierda.

Sólo en un punto nos equivocamos. Si bien Lagos sigue siendo un socialista vegetariano (para usar un término de mi amigo Montaner), su partido no. Me lo explicó muy bien Jorge Edwards durante un viaje en avión que hicimos recientemente de Santo Domingo a Miami. Por razones éticamente comprensibles, pero políticamente imprudentes, los socialistas chilenos han abierto las heridas del pasado, que se creían ya cicatrizadas y que estaban asociadas a la dictadura de Pinochet y a sus muertes y atropellos, polarizando de nuevo a la nación. La transición a la española, que consistía en pasar la página sobre una etapa tormentosa del país, se ha convertido en un ajuste de cuentas todavía vivo.

Por otra parte, el partido de Lagos está empeñado en quebrarle el espinazo al exitoso modelo liberal que el propio Frei o su antecesor no se atrevieron a tocar. La legislación laboral que por mucho tiempo tuvo el país era una soga en el cuello de los empresarios. Resultaba casi imposible despedir a un empleado o a un trabajador, a menos que cometiera un desfalco o un robo a mano armada. Eliminando estas draconianas causas de despido, las indemnizaciones exorbitantes y hasta el salario mínimo, se había logrado bajar la tasa de paro o desempleo de una manera espectacular y propiciado el auge de una multitud de empresas medianas y pequeñas. Muchos trabajadores resultaron dueños de acciones en las empresas de servicios públicos privatizadas y los fondos privados de pensiones les permitieron disfrutar ventajas que no tenían en el sistema tradicional a cargo del Estado.

Pues bien, ahora los socialistas quieren volver atrás, apoyándose en la vieja ortodoxia marxista de la lucha de clases y en las llamadas conquistas obtenidas a expensas del “capitalismo explotador”, para imponer garantías de inmovilidad en el trabajo y otras cargas propias del antiguo esquema. Simultáneamente, organizan movilizaciones tumultuosas con los consabidos lemas contra la globalización, las inversiones extranjeras y la economía de libre mercado, identificada con el llamado neoliberalismo... O sea, el viento canto de siempre.

No me extraña, pues, que mi amigo Jorge Edwards hable de un gran desánimo en uno de los pocos países hispanoamericanos con una situación no hace mucho boyante. Y Lagos no es ya para él el Tony Blair chileno ni la suya una tercera vía, sino un presidente tratando de conciliar lo inconciliable.

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