José María Aznar tiene hechos los deberes económicos y un discurso nacional, pero no transmite ni entusiasmo ni propuestas imaginativas, salvo la ortodoxia económica del equilibrio presupuestario. No es poco, pero no parece suficiente. España va bien pero tiene un grave problema de secesión que precisa de un liderazgo, de un proyecto de futuro, de un mensaje en positivo, por encima del mero lenguaje tecnocrático de gestión. O Aznar está en estadista, y deduce que eso implica cierta atonía monocorde como lejanía del común de los mortales, o se aburre. Pero el Partido Popular y el Gobierno necesitan un nuevo impulso.
En su favor y en su contra, tienen el que las bancadas de la oposición están en la insustancialidad. El Gobierno por ese lado puede sestear, mientras la población trata en las encuestas como un buen chico a Zapatero pero sin considerar fiable a su partido. Pero en el pecado está la penitencia, porque el Gobierno sestea o hace sestear. Uno piensa que un imponderable de la situación es esa sucesión latente y silente por la curiosa limitación de mandatos voluntaria, pues aunque derrotado Zapatero en el Congreso, al final el combate no será con Aznar y eso enquista el pragmatismo dulzón exhibido en un debate del estado de la nación de mero trámite.
Sólo hacen oposición Llamazares y Anasagasti, claman los nacionalistas, con cierta razón, como dos formas de primitivismo, pues la alternativa no es Zapatero sino el independentismo. No está amenazada la economía, está amenazada la libertad. En eso Zapatero, como en casi todo, está instalado en la contradicción, entre el Pacto por las Libertades y la menopausia federalista de Maragall (ningún sentido tiene preguntar en las encuestas si se está a favor de la España de las autonomías o del federalismo, porque son sinónimos). Zapatero no sólo no tiene una idea de España, salvo la benéfica ocurrencia del Quijote, tampoco tiene una idea clara de la oposición. Los de Zapatero parecen un club de amiguetes encantados de haberle ganado por la mano a la vieja guardia pero buscando su aprobación. Un dilema freudiano con un González ceñudo. Zapatero está dispuesto a bajar los impuestos --bien-- pero al tiempo a cada problema, por instinto, propone más gasto público. Eso no es una política, eso es una improvisación tras otra. No es la tercera vía, sino cierto caos adolescente con dosis de frescura pero sin imaginación.
A Aznar le sobra seriedad, a Zapatero le falta por los cuatro costados. Esto no es una oposición, es un cachondeo, pero hay cuestiones muy serias en el horizonte nacional para perderse por estos vericuetos, so pena de perder el sentido de la realidad. El PP, el único capaz de vertebrar la acosada España de la libertad, necesita entrar en un nuevo impulso y en un proceso de renovación. Esa es la misión del heredero. Zapatero no lo es.
No toca, pero va siendo hora de que toque.

Gobierno cansino, alternativa sustancial
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