El Estado ha adquirido un carácter religioso que encuentra su más alto significado en el cuidado de nuestra salud. Tal sensato criterio es proclive a la mística, a la exageración, máxime si se da con una ministra a la que le va el protagonismo, y que lejos de ser capaz para la gestión precisa de continuas subidas de adrenalina mediática para esconder sus sustanciales carencias.
La ministra, por de pronto, viene de manera sistemática uniendo en sí dos carteras y haciendo una continua Opa hostil a la cabaña y la agricultura nacionales. De esa forma, Celia no sólo ha conseguido ser una de las ministras peor valoradas, también ha hundido la nota de Miguel Arias Cañete, sometido a la función de apafuegos.
Ningún conocimiento especial ni experiencia en el sector tenía Celia Villalobos para ser ministra de Sanidad, salvo la notoria amistad con José María Aznar, al que le une el aprecio por Miguel Arriola, un sociólogo con tendencias innatas al error, pero que ha estado siempre al lado de Aznar, retrasando su ascenso, y cobrando sustanciosas minutas por equivocarse siempre. Celia Villalobos es uno de los más patentes errores de Aznar y una muestra de libro de los males del amiguismo (casi como el caso de Josep Piqué).
El problema no es ni tan siquiera la razón o razones de Celia para tomar las medidas, sino la misma forma de adoptarlas, entre el marujeo mediático y los tonos de sargento mayor. Sin cobertura legal, sin análisis suficientes, sin ningún estudio causa-efecto, Celia Villalobos ha dado un golpe de muerte al sector olivarero español y puede conseguir que los países de la UE cierren las fronteras al aceite de oliva en general. Resulta difícil entender como Celia Villalobos consigue ser inútil en tal alto grado y casi tanto entender como Aznar se impregna de la inutilidad de su amiga, pues a la postre es el responsable político de los desaguisados de la que ya estaba aburrida de ser alcaldesa de Málaga. Razón suficiente para poner la Sanidad española para que entrara como caballo en cacharrería.
No deja de ser chocante en estas operaciones de salvamento de la salud pública (muy sensantos, sí hay motivos), que de inmediato salgan a la palestra los especialistas, públicos y privados, para decir que no hay motivo para la alarma y ha de evitarse la psicosis pues no tiene fundamento. La que genera la alarma y la psicosis es la ministra Celia Villalobos. Si luego resulta que el churrasco es más peligroso que el orujo de oliva deben de inmediato prohibirse las barbacoas.
La ministra protegida de Aznar (dije en su momento que debía ser relevada de inmediato para evitar males mayores) está sometiendo a la opinión pública a una continua situación de histeria colectiva, que parece proyección de la suya propia, pues algunas de sus comunicaciones han sido impropias de un responsable político. Lo grave es que juega al tiempo con la fortuna y la seguridad de muchas familias, con la economía de sectores productivos enteros. Desde que esto es como lo de la colza hasta poner en entredicho todo el aceite de oliva se ha escuchado estos días. La ministra no es que no comunique, es que ha confundido el Gobierno con una tertulia. Y cuando no está en el “candelabro”, Celia Villalobos no se encuentra. Váyase, señora Villalobos.

Váyase, señora Villalobos
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