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El totalitarismo no admite equidistancias

El asesinato de Mikel Uribe, policía autónomo de militancia nacionalista, militante del sindicato ELA del PNV, subcomisario, jefe de la inspección de Guipúzcoa, hombre, pues, de la confianza del equipo del cegato Balza, eleva el reto de la banda terrorista-nacionalista contra el lehendakari y muestra sin resquicio para la duda que el totalitarismo no admite equidistancias. Hay una unidad de los demócratas en el corredor de la muerte. Ese ha sido uno de los más groseros errores del relativismo moral en el que vive instalado el PNV. No es ocioso recordar, en aras de la verdad histórica, que no fue el PNV el que rompió con Eta, como parece deducirse en el actual discurso de Ajuria Enea, sino que fue la banda terrorista la que rompió con el PNV, forzándole al adelanto de las elecciones.

Es un detalle importante de una realidad más profunda: la mentalidad totalitaria no admite otra apuesta que el poder total y el instinto genocida hasta su consumación. En una hipótesis imposible, porque la sociedad vasca se ha resistido de manera ejemplar el 13 de mayo a pesar de todas las coacciones y de que ser concejal entraña riesgo para la vida como le ha sucedido a José Javier Mújica, de llegarse a la independencia se desataría una guerra civil con pretensión de exterminio conjunto de los constitucionalistas y los nacionalistas autodenominados democráticos (la doctrina de Sabino Arana es cualquier cosa menos democrática, se parece bastante al Ku Klus Klan).

Establecer una equidistancia entre polos extremos, con Eta y el PP, no sólo es una inmoralidad miserable es además una peligrosa memez intelectual. Como lo es ocultar la persistente ineficacia policial de Ajuria Enea bajo la estulta diabolización de la “solución policial”, o sea, de algo tan sencillo como detener a los asesinos antes de que perpetren sus crímenes o a los alborotadores antes de que destrocen las ciudades. Eta no ha entendido el “mensaje” de las urnas, en las que el PNV ha entrado a saco en su redil de votos, porque las entendederas totalitarias son diversas de las normales: un fracaso se intenta paliar con más violencia, simplemente aumenta el número de enemigos y la necesidad de mayor activismo. Puede entenderse hasta qué punto era la reclamación de una acanallado síndrome de Estocolmo establecer la especie de que la hipotética llegada de Jaime Mayor Oreja a la lehendakaritza implicaría un aumento exponencial de la violencia. Eta mata siempre que puede, y más cuanto menor eficacia policial haya. Con Ibarretxe, la violencia se ha disparado.

¿Cabe recordar lo de Eguibar sobre “los partidos hermanos” con Eh, lo de Arzalluz sobre los “fines comunes” o que nunca pediría la disolución de Eta? La banda terrorista pertenece al mundo nacionalista, es un efecto perverso de su progenie, una mutación genética con el mismo Rh, pero al tiempo pertenece a un universo moral donde la convivencia no es posible salvo mediante los campos de exterminio para cualquiera que no pertenece al grupo, a la secta de los puros. El PNV dio tiempo a Eta para que se rearmara. Ahora lo paga también el PNV. O entiende lo que es un movimiento totalitario o está sometido a tropezar siempre con la misma piedra. Pero mientras cae asesinado Mikel Uribe, los del PNV se sientan en componenda y pacto con los proetarras en diecisiete ayuntamientos vascos.

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