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Alberto Míguez

Presidencia de la UE: medios escasos, escasas ideas

Durante el primer semestre del año 2001, España presidirá la Unión Europea, un desafío con todas las de la ley en el que el gobierno de José María Aznar se la juega, porque precisamente ha sido Europa el asunto principal de la acción exterior española y la principal preocupación del presidente español desde hace más de seis años.

En las anteriores presidencias, España hizo un papel aceptable, pese a que era un país bisoño, con escasa experiencia en estos menesteres. Hoy, España es —o presume de ser— uno de los países de la UE más comprometidos con la construcción europea aunque las encuestas señalan un preocupante descenso del interés de los ciudadanos por estos asuntos y una desmovilización imparable. Este gobierno —y los anteriores— no se tomaron en serio la labor pedagógica que entraña cualquier operación política de envergadura, y la construcción europea lo es.

A los ciudadanos este asunto y otros, colaterales, les traen al pairo. Incluso la implantación del euro que en los meses de la presidencia española dará pasos decisivos se asume aquí con resignación o incredulidad. Aparentemente para nada han servido las campañas promovidas por los ministerios de Economía y Hacienda: el euro es un asunto difuso y lejano que no conmueve y menos preocupa. Hay, pues, un retraso evidente en este terreno, difícilmente recuperable. En cuanto a la presidencia en sí misma, ésta exigirá un aparato burocrático y administrativo y un esfuerzo suplementario tanto en el terreno presupuestario como en el de las ideas e iniciativas. Nada de esto existe por ahora y convendría no caer en el vicio hispánico de la improvisación y la chapuza, tan castizas como peligrosas.

Hubo hasta ahora algunos tientos para “explicar” lo que se está haciendo pero la abrumadora realidad de un ministerio de Exteriores infradotado en personal y medios, con un presupuesto ridículo para las tareas que se le exigen, pesará considerablemente sobre el desarrollo de la presidencia española aunque sólo sea en el terreno organizativo. Pero no faltan solamente personas y medios. Hasta ahora hay, dramáticamente, ausencia de ideas e iniciativas. Y los problemas que deben ventilarse entre enero y junio del 2001 tienen peso: desde la “reconsideración” del polémico Tratado de Niza a la ampliación, cuyo calendario y sentido todavía son un misterio. O si se prefiere un enigma rodeado de misterio. Por no citar el tan llevado y traído problema de los fondos que tantos sudores y malas digestiones provocó entre quienes debieron lidiar malamente con él en los últimos meses.

Hay otro asunto delicado —el “caso Piqué” — que el Gobierno da como definitivamente archivado tras la polémica reunión de fiscales pero que desgraciadamente para el actual ministro de Exteriores emergerá de nuevo cuando menos se piense. Nadie duda de que Aznar sacará la cara por su ministro y está descartado un relevo pese a que algunos medios lo anuncian estos días sin aportar un solo dato o indicio que lo corrobore. Pero está cantado que la oposición utilizará al ministro para “hacer sangre” y que las peripecias del “caso Ertoil” podrían acompañar a Piqué a lo largo de la presidencia, algo que seguramente no ayudará mucho al éxito por todos deseado. Bien es cierto que no sería el primer caso de un ministro de Exteriores europeo imputado o “recelado” judicialmente durante la presidencia de su país pero obviamente no ayudaría a acreditar la tarea del interesado y de sus subordinados.

El tiempo, sin duda, apremia y no parece que haya por parte de los responsables políticos y de los funcionarios de la cosa demasiada prisa para ponerse manos a la obra. No estaría mal que, olvidándose de la desbandada veraniega el equipo diplomático habitual y todos los equipos colaboradores, aprovecharan el ferragosto para disparar el pistoletazo de salida. En octubre puede ser demasiado tarde.

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