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Sin los planos del paraíso

Con retórica imagen literaria, José Luis Rodríguez Zapatero presentó la Conferencia Política socialista con la afirmación de que la izquierda reconoce que no tiene los planos del paraíso. Es decir estar en posesión de la verdad y en búsqueda de la utopía. En ambas cuestiones se trata del reconocimiento de una evidencia, de un fracaso, sostenido, de diversas formas y en distintos grados, durante más de un siglo.

Existe, sin embargo, en esta lírica de racionalismo crítico en el avance hacia una conversión al liberalismo un riesgo indirecto. El error de considerar al liberalismo como un pragmatismo, en el sentido más estricto y romo del término, e incluso como una doctrina económica que hace referencia a la eficiencia. Si absurdo ha sido que, con grave perjuicio para cientos de millones de hombres y mujeres, durante décadas se haya contrapuesto eficiencia a ética, no sería de recibo que ahora se ensalzara la eficiencia situando la ética en el limbo. Ambas han ido siempre de la mano, sólo que algunos, bastantes, se han empeñado en no verlo.

Pero el liberalismo supera los límites de la económico para ser un humanitarismo. No tiene, por supuesto, los planos del paraíso colectivo, pero aspira a permitir que cada uno busque la felicidad, su paraíso posible, su utopía cotidiana.

Y no es baladí recordar que sí tenemos los planos de un ámbito geográfico de convivencia común que responde al nombre de España, en los que los socialistas, de tanto en tanto, se despistan y aún se pierden.

El PSOE pretende saber dónde está. Lo repite, pero parece más que increíble. El lastre de izquierda clásica es muy fuerte, el de Felipe González omnipresente. Hay que repartir guiños a diestro y siniestro. El aplauso más sonoro al excesivo discurso de Chaves en la apertura de la Conferencia Política fue cuando dijo que no iban a salir “menos socialistas y más neoliberales”. La cita más chocante la de Felipe González de que “había que pensar con las tripas”. Y lo más abracadabrante la solidaridad con el “movimiento antiglobalización democrático” o la crítica a los “efectos perversos” de la globalización. ¡Vaya empanada!

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