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Enrique de Diego

Nacionalistas y cínicos

Hace unos días, Xabier Arzalluz hacía del cinismo una costumbre nacionalista indicando que lo de la autodeterminación es un invento de Aznar para tapar otros problemas. Ahora Ibarretxe insiste en el invento para tapar los esenciales problemas del nacionalismo incapaz de vertebrar la sociedad vasca. El nacionalismo abunda en el eufemismo para marear a una parroquia caracterizada por la escasez de espíritu crítico y con cierto clima de secta. La propuesta de una especie de comisión mixta negociadora indica el alto espíritu nacionalista del PNV pero su escaso sentido democrático, pues tal engendro implica la negociación entre dos estados o la pretensión de la existencia de dos soberanías en plano de igualdad. ¿A quién quiere engañar con estas torpes ingenuidades? Ibarretxe tendría primero que establecer, por ejemplo, una mesa negociadora con la Diputación General de Álava, porque él es el que tiene problemas en casa y no es cuestión de extenderlos o transferirlos.

El nacionalismo pretende desarrollar una estrategia a medio plazo, entre año y medio y dos años, para presentar al Gobierno en posición irreductible, mientras agita a organizaciones tipo Elkarri para dar la impresión de una reivindicación social. Por de pronto, tanto el debate como el objetivo se hurtan a la racionalidad, porque la salida de Europa es marcar como horizonte una mezcla de Liechsttein y de la Albania de los viejos tiempos, con fuertes ingredientes balcánicos a lo Milósevic.

Es conveniente desarrollar un discurso en positivo, porque la España constitucional representa, respecto al País Vasco, la defensa de la convivencia, la libertad personal y la pluralidad interna, la concreta, la real, la de cada individuo. Es una continua afirmación de los mejores valores de la civilización occidental, una defensa de la cultura abierta y de la voluntad de emprender.

Quizás el ejecutivo de Ibarretxe está haciendo méritos para una legislatura con nuevas mociones de censura.

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