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"El Nuevo Herald" dice que son dos los muertos y cinco los desaparecidos. El "Diario de las Américas", que es uno el muerto y seis los desaparecidos. Pero ambos coinciden en que no se sabe –y probablemente nunca se sabrá– el número de pasajeros que hace un par de días se hacinó en una embarcación de contrabandistas cubanos. Ni que decir tiene que la mercancía de contrabando es la única por la que alguien, dentro o fuera de la isla, paga algo: la carne humana en libertad, el bien más preciado de Cuba. Tan raro, que todos los días hay gente que paga lo que tiene y se juega la vida contra la polícía, los tiburones y el mar para tratar de llegar a las playas de Miami con vida. Se supone que esta vez eran veintitantos, quizá treinta o más; los que cabían. Al menos cuatro niños, dicen. No sabemos si alguno, de los vivos o de los muertos, se llamaba Elián. En realidad, todos se llaman Elián.

Sólo en Miami son noticia. En el resto de América ya son como los cadáveres de ilegales mexicanos abandonados por los "coyotes" en el desierto, lejos de California, Nevada, Nuevo México, de la vida por la que ya habían pagado más de lo que iban a poder ganar nunca. Son tantos que ya no son nada, ni siquiera cadáveres. Pero en México se quedan los niños, esperando que haya suerte y al poco tiempo pueda rehacerse la familia. En Cuba, no. Hasta los niños de pecho huyen con sus padres de Cuba. ¿Qué pasará por la cabeza de esos padres que se juegan la vida de los que más quieren para tener alguna vez algo parecido a la vida? ¿Qué pasaría por la cabeza de la madre de Elián? Qué pasará por la cabeza de los padres que murieron antes que sus hijos; y de los que los vieron morir entre las olas, atados a una mísera almadía, rodeados de tiburones, temiendo que sonara el altavoz del guardacostas de Florida antes de tocar la playa. Soñando con despertarse vivos en el hospital. Nada más que eso. Nada menos.

No se sabe cuántos son los muertos, tampoco esta vez. Ni los desaparecidos. Salieron con la primera tormenta de la temporada, "Berry". Pequeña aún, por eso hasta una veintena pudo ser rescatada del océano. En este mes de agosto, el de las grandes tormentas tropicales, saldrán muchos más, cientos, acaso miles. El peligro es mayor pero también para la policía, que se queda en casa, dejando a los náufragos a merced del mar. El Caribe, en las setenta millas que separan Cuba de la Florida, es una inmensa tumba, con centenares de miles de muertos en el fondo del mar, donde la luz no llega. Pero al creador de ese cementerio nadie se lo tiene en cuenta. Son "coyotes", dicen, contrabandistas cubanos. Y naúfragos de su propia historia, fugitivos del inmenso contrabando de sangre que desde hace más de cuarenta años sale de la isla para no regresar. ¿"Coyotes" en el Caribe? Sí. Por lo menos, dos: Fidel y Raúl.

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