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La corrupción tiene que ver con el intervensionismo y con la naturaleza humana. La mezcla de ambos ingredientes disparó la corrupción en la etapa socialista. Pero tal concepto no puede estar vedado en el diccionario del Partido Popular, ni producir tal temor reverencial que limite la imprescindible transparencia. Los populares han creído que la corrupción era propia o exclusiva de los socialistas y de ahí que se muestren tan reticentes a clarificar cuestiones que les rozan.

Una subcomisión puede ser interesante para modificar normas legales, pero es difícil que el PP no quede en posición incoherente si rechaza lo que pedía en la oposición. Tampoco parece muy lógico que se presentara la dimisión del secretario de Estado de Hacienda en posición victimista y menos que no se haya adoptado una medida como la expulsión del partido de Luis Ramallo, pues ya es manifiesto que incumplió la Ley de Incompatibilidades y está bajo la sospecha de haber encabezado la trama que permitió a Gescartera navegar por los entresijos de la Comisión Nacional del Mercado de Valores mediante funcionarios corruptos.

Cierto es que el Partido Popular, y en especial el presidente del Gobierno, no ha puesto la mano por nadie y que el caso ha sido llevado a los tribunales por la CNMV, pero también lo es que las comisiones de investigación son uno de los instrumentos de control democrático. Se prestan, por supuesto, a la utilización política. Pero los ciudadanos tienen espíritu crítico para discernir comportamientos.